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INSÓLITO VIAJERO, EXTRAÑO INQUILINO

SINTESIS DE LA NOVELA

Es una novela de ficción; mi primera novela. La situé en lugares que conocía, e hice que el personaje principal, fuera (al igual que yo en los años 80) un trabajador cuyos hobbies eran jugar a fútbol y la pintura. Hasta aquí, todo lo que de real hay en ella.

La obra cuenta lo que le sucede a este personaje, que por casualidad descubre como realizar viajes astrales, y decide hacer uso de su habilidad para espiar a gente adinerada, con el fin de chantajearla y vivir a su mismo nivel. Las cosas empiezan a salirle bien; pero el amor aparece y con él los celos y la envidia... Alguien planea su muerte; las cosas se complican. ¿Logrará sobrevivir?

Capítulo 1 EL CRIMEN

Son las dos de la madrugada, del martes 3 de Mayo de 1.988.

Una tormenta de gran intensidad, está descargando toda su furia sobre Barcelona, provocando cortes en el suministro eléctrico. Barrios enteros han quedado sumidos en la más profunda oscuridad; interrumpida solo por la fantasmagórica luz de los relámpagos, que en gran número, se suman a la sinfonía de agua y granizo desencadenada por la naturaleza. Incluso en aquellas zonas que no han sufrido apagones, la mayoría de los semáforos han dejado de funcionar. Las calles se han convertido en canales, donde transitar se hace cada vez más difícil y peligroso, dado que las bocas de las alcantarillas son incapaces de absorber, la enorme cantidad de agua que hacia ellas se precipita. A causa de lo intempestivo de la hora entre dos días laborables y las inclemencias del tiempo, el tránsito y la vida nocturna de la ciudad, han quedado reducidos a su mínima expresión.

En el céntrico barrio del "Eixample", donde los nuevos bloques de pisos y oficinas se mezclan con las antiguas y hermosas edificaciones de estilo modernista, la situación no es mejor que en cualquier otro. Un relámpago rasga la oscuridad de la noche, y su luz se cuela entre las rendijas de las persianas de la habitación de Antonio Riera; cotizado pintor de 35 años, personaje asiduo en las páginas de la prensa rosa, que duerme plácidamente en su cama, ajeno al peligro que se cierne sobre él. Un individuo de cabello negro, cubierto con una gabardina gris empapada de agua, y jadeando por el esfuerzo realizado al subir cuatro pisos por las escaleras, toma aire durante unos instantes ante la puerta del piso del pintor. Mientras observa la cerradura, seca unas gotas que, cayéndole del pelo resbalan por su frente, a la vez que maldice mentalmente los viejos edificios que no disponen de ascensor. Saca del bolsillo de la gabardina un juego de llaves y utensilios; selecciona uno, y procede a manipular hábilmente la cerradura. Una sonrisa de triunfo casi imperceptible se refleja en su cara, cuando, tras unos breves segundos consigue abrir la puerta del piso; entra, y cierra tras de sí con suavidad. A continuación, guarda en un bolsillo las herramientas que ha utilizado, y del interior de la gabardina saca una linterna, que enciende enfocándola hacia el suelo, y una pistola con silenciador. Decididamente y sin el menor ruido, se dirige por el pasillo a la primera puerta que encuentra; la abre, ilumina la estancia con la linterna, y descubre el cuarto de baño. Tras la segunda puerta, aparece la cocina. Al abrir la tercera, se encuentra con la sala de estar. Sin impacientarse, el anónimo personaje continúa por el pasillo hasta la siguiente sala, donde, por el olor a disolvente, pintura, y la cantidad de bastidores y  cuadros, deduce que está en el estudio del pintor. En él descubre dos puertas; descarta la cristalera cerrada que da al balcón, y se dirige hacia la única puerta entreabierta que ve. Al iluminar la cama, sabe que ha encontrado su objetivo.

En aquel mismo momento, Antonio se despierta, quizás alertado por un sexto sentido, o por el rugido de un trueno que en aquel momento estalla cerca. Semi-dormido aún, se extraña de que, pese a haber cesado el ruido, la luminosidad persista. Sus ojos buscan el foco de la molesta luz, que le impide regresar al plácido sueño. Cuando lo encuentra, y justo al lado, se producen dos leves destellos, a la par de sendos ruidos sordos. En el acto siente dos golpes, y un intensísimo dolor en el tórax. Intenta incorporarse, pero no puede. El visitante dirige la linterna al pecho de Antonio, y ambos a la vez, descubren la sangre que brota a borbotones por las dos heridas de bala. El pánico se apodera del herido, mientras el intruso, dándose por satisfecho, sale precipitadamente del piso, dejando al pintor sumido en la oscuridad y el miedo. Me estoy muriendo; piensa, mientras se lleva la mano a las heridas, intentando en vano evitar la hemorragia de sangre, que al salir escapándose entre sus dedos, le está robando la vida. Sabe con certeza que cualquier intento de pedir ayuda será inútil. Quien quiera que fuese el criminal, ha hecho bien su trabajo. Mientras se pregunta inútilmente, quién y porqué le habrá disparado, sus pensamientos le hacen retroceder en el tiempo.

Capítulo 2 EL HALLAZGO

Fue en Marzo de 1.981, cuando abandoné la casa de mis padres para ser independiente. Tenía veintiocho años; de día trabajaba de mecánico en un taller de reparación de automóviles, y por las noches estudiaba pintura en la Escuela de artes y oficios Massana, sita en la calle Hospital, en el casco antiguo de Barcelona. Estaba cursando el último año de dichos estudios. Mi afición por pintar la había descubierto durante el servicio militar, donde hice amistad con un pintor que me inició en el dibujo, y me dio las primeras lecciones. Una vez terminada la "mili", decidí introducirme en el mundo del arte, y continué mi aprendizaje en la citada escuela. Además jugaba a fútbol en un equipo de aficionados. La afición por este deporte, se remontaba a mi más tierna infancia. El fútbol era el único deporte que se podía practicar en aquellas épocas en mi pequeño pueblo natal, en la provincia de Lérida. Y digo único deporte, porque no considero como tal, ni la caza de ranas, ni perseguir pájaros y gatos armado de un tira chinas, que eran algunas de las más interesantes y atractivas actividades a las que nos dedicábamos los "tiernos infantes" de mi querido pueblo. Pero estos recuerdos me alejan de los hechos, que pueden haber causado la situación en la que ahora me encuentro. Así que mejor será que vuelva al momento en que me independicé de mis padres.

Alquilé un amplio y elevado piso sin ascensor en la Gran Vía, cerca del Hotel Ritz. El piso, había estado alquilado anteriormente a un viejo lunático, (cito palabras textuales de la portera del inmueble que me enseñó lo que iba a ser mi vivienda) fallecido hacía unos meses, sin dejar parientes ni amigos que quisieran hacerse cargo de sus pertenencias. El administrador de la finca me dijo que, con lo que hubiera en el piso podía hacer lo que quisiera. Así que antes de poder vivir allí, fue necesario dejar habitable el lugar. Había algún que otro mueble antiguo, pero sobre todo muebles simplemente viejos, que fueron a parar sin miramientos a un contenedor de basura. Entre las cosas de interés que encontré y me quedé, había una colección de negativos de fotografías sobre placas de cristal, con vistas de Barcelona, que supuse tendrían una antigüedad de 70 u 80 años, una mesa escritorio, también bastante antigua y en buen estado, una lámpara con dos candelabros a juego, una radio de galena que aún funcionaba, un montón de libros, y entre ellos, una especie de diario manuscrito, que llamó inmediatamente mi atención. Sólo la firme determinación de no leerlo, hasta que hubiera acabado con la limpieza, consiguió que no lo hojeara al instante. La curiosidad que despertó en mí aquel diario, hizo que me esforzara al máximo para acabar cuanto antes, con la ardua tarea que representa adecentar un piso, en el que durante muchos años ha vivido un viejo solterón, tan poco dado a pasar una mano de pintura, como la fregona. Arranqué los viejos papeles de las paredes, (en una de las habitaciones llegué a contar seis capas superpuestas) y las pinté en tonos claros. Los grises suelos de las diferentes habitaciones, después de lavarlos con lejía casi pura, se convirtieron en coloridos mosaicos, y una vez limpios los cristales, el piso resultó ser muy luminoso. Tan pronto hube conseguido hacerlo habitable, me dispuse a leer el diario. En aquel momento, ignoraba la importancia que dicha lectura iba a tener en mi vida; aunque tal vez un sexto sentido la intuía, porque me temblaban las manos cuando levanté la tapa.

Como había supuesto, el diario lo había escrito el anterior inquilino, el "viejo lunático". La fecha de inicio era el 7 de febrero de 1933. Empezaba explicando su encuentro con un extraño personaje; como le socorrió, a pesar de ser un completo desconocido para él, y que le dio albergue en su casa. Como pago, el citado individuo, (que decía haber sido monje budista) le inició en el yoga, la meditación trascendental, y le explicó un antiguo y secreto método para hacer viajes astrales. Según explicaba el viejo en su diario, nunca consiguió "viajar", pero dejó escritas las instrucciones recibidas de su maestro, para poder hacerlo. Me pasé varios días descifrando, más que leyendo, las instrucciones. La letra era horrible y la tinta estaba casi difuminada, pero no paré hasta que lo hube logrado, y después las memoricé palabra por palabra. A continuación y como un poseso, intenté el viaje sin ningún éxito durante varias semanas, al final de las cuales, defraudado, abandoné mis inútiles esfuerzos. Me concentré otra vez en mis estudios de pintura, cuyos exámenes finales estaban a punto de caer; y en mi trabajo en el taller de coches, cuya eficiencia había descendido desagradablemente para mi jefe; lo cual me había costado algunas reprimendas por su parte, y con toda probabilidad me hubiera costado el empleo, de no haber sido porque, además de haber sido un empleado modélico hasta entonces, llevaba trabajando 14 años, y en este tiempo me había ganado su afecto.

El caso es que llegó el verano. Al acabar la temporada de fútbol, anuncié a mi entrenador y compañeros que me "retiraba" para dedicarme en cuerpo y alma a la pintura. El anuncio les pilló por sorpresa, pues no es muy normal que un jugador se retire a los veintiocho años, a no ser por causa de una lesión, o porque le obligue su pareja; pero ninguno de los dos era mi caso. Además yo estaba en forma, y llevaba varios años siendo el máximo goleador del equipo, lo que, unido a mi carácter alegre y predisposición para las juergas, me había otorgado la amistad de algunos de mis compañeros, y la buena camaradería del resto de la plantilla. Como casi todos los equipos, cada año celebrábamos una cena al final de la temporada y aquel año fue especialmente emotiva para mí. Poco faltó, dadas las muestras de afecto que me dieron los amigos, para que me volviera atrás de mi determinación y volviera a fichar. También aprobé con buenas notas mi último curso de pintura, y la reválida.

A partir de finales de junio, al disponer de más tiempo, intenté de nuevo, realizar el soñado viaje. Por enésima vez, mis esfuerzos fueron inútiles. Al llegar las vacaciones de Agosto, me fui a Italia en mi coche, (un viejo Seat 124 que había reparado yo mismo) recorriendo casi todos los museos, y un sinfín de edificios e iglesias de Florencia, Venecia, y Roma; admirando la obra de los artistas del Renacimiento, y dibujando las esculturas y los detalles de los edificios que más llamaban mi atención. A raíz de este viaje, se unieron a mi lista de ídolos renacentistas, en la que ya figuraban, Leonardo, Tiziano, Rafael, y Miguel Ángel, dos pintores a los que no había prestado mucha atención, y que, tal vez por ello, me impresionaron especialmente. Eran Fra Angélico, y Mantegna. En Septiembre, ya de regreso en casa, volví de nuevo a intentar llevar a cabo el anhelado "viaje". Una vez más, mis esfuerzos fueron inútiles. Cuando llegó el otoño, desanimado por lo infructuoso de mis esfuerzos, abandoné mis intentonas viajeras, y además de trabajar en el taller me dediqué a pintar. También volví a jugar a fútbol, pero ya en un equipo de veteranos, donde no era necesario entrenar durante la semana. En los cuatro años siguientes, mi pintura evolucionó del estilo figurativo de los bodegones, que pintaba como ejercicio en la escuela, al surrealismo, que me permitía una mayor libertad para expresar mis ideas. Mis amigos decían que mis cuadros se parecían a los de Dalí, y yo les rectificaba afectuosamente, y les informaba que tenían más influencia de Magritte; pintor no tan popular como el primero, al menos para los no introducidos en el mundo del arte, pero al que si hubieran conocido, con toda seguridad habrían asociado a mi obra. Tuve algunas cortas relaciones con varias chicas que no llegaron a nada serio, porque no permití que ninguna llegara a importarme demasiado, y poco a poco me fui encerrando en mí mismo y en mi casa; ocupado en pintar y en mis intermitentes e infructuosos esfuerzos por realizar el anhelado  viaje. Continuaba trabajando en el taller de reparación de automóviles, porque necesitaba el dinero para vivir, a pesar de que la mecánica de los coches, que anteriormente me había apasionado, había perdido todo interés para mí. Por gusto, sólo salía de casa los sábados por la tarde, para jugar a fútbol y celebrar las victorias con los compañeros. Debo reconocer que durante este tiempo, también le puse unos estupendos "cuernos" a uno de los componentes del equipo que era bastante engreído; tal vez por el hecho de que probablemente era el que disfrutaba de un mayor estatus social. El creído, tenía dos hijos y una mujer, que pese a su doble maternidad y rondar los cuarenta, estaba de muy buen ver, y se las daba de entendida, porque dedicaba parte del tiempo que le dejaba libre su ocupación de ama de casa con sirvienta, a recorrerse las diversas salas de exposiciones y museos de la ciudad. El asunto empezó con la excusa de enseñarle mis cuadros y de hablar de arte. Así fue como la llevé a mi estudio, donde después de regalarle los oídos diciéndole lo hermosa que era, y asegurarle que un desnudo de ella haría palidecer de envidia a la más hermosa Venus que jamás se hubieran pintado, le quité la ropa, e hicimos el amor. Se convirtió en mi amante. Dejé de ir a muchos partidos, y mientras su marido sudaba en el campo, ella y yo nos entregábamos a un ejercicio mucho más placentero. También, sobre todo al principio de la relación, hice alguna campana en el taller, y nos pasábamos todo el día en la cama. No llegué a pintarle un solo cuadro, pero la relación duró casi tres años; justo hasta el día en que ella me comentó que estaba pensando divorciarse, y yo le dejé bien claro que ni el matrimonio, ni una relación estable, entraban en mis planes. Durante estos años también hice varias exposiciones colectivas con otros pintores, que pasaron sin pena ni gloria, y sin despertar el interés de ningún mecenas, ni tan siquiera de ningún galerista de cierto prestigio, que quisiera intentar la aventura de apostar por mis cuadros. Presenté algunos cuadros a varios concursos, en los que no logré ningún premio, ni tan siquiera un accésit o una mención honorífica. Siempre he tenido la sospecha de que en estos concursos, sólo consiguen premios aquellos que tienen influencias, o gozan del favor de alguien influyente, interesado en promocionarles. Y no lo digo porque crea que conmigo se cometiera alguna injusticia; pero he visto cuadros realmente fantásticos, quedarse sin premio, mientras se premiaban auténticas mamarrachadas. Al fin y al cabo, como el arte no se puede medir con parámetros matemáticos, ¿quién se atreve a contradecir a un crítico "experto", con un poco de "labia" y algo de "conocimientos", con "curriculum" apropiado? Sólo mis parientes y amigos opinaban que pintaba muy bien, y me decían, en su afán por darme ánimos, que ya llegaría el día en que alguien valoraría mi talento y me situaría en el Olimpo de los elegidos. También pensaban, (y en eso coincidía con ellos), que debía buscar un "padrino" o mecenas, pues en su opinión, sin este personaje, ni siquiera los mejores pintores hubieran triunfado. A mí no me obsesionaba triunfar. Bien es verdad, que mantenía la esperanza de poder vivir de la pintura, pero disfrutaba del mero hecho de pintar. Tampoco perdió fuerza mi obsesión por viajar, y por más que fracasaba una y otra vez, volvía a intentarlo.

 

Capítulo 3 PRIMEROS VIAJES

 Por fin un domingo de otoño por la noche, a finales de 1985, después de cuatro años de infructuosos esfuerzos, mi tenacidad obtuvo el premio; conseguí la hazaña de salir de mi cuerpo. Seguramente me ayudaron varios factores. Estaba lloviendo, lo cual facilitaba el recogimiento, en el tocadiscos giraba un Long-Play con las canciones de amor de los Beatles, por la mañana había terminado un cuadro que me dejó muy satisfecho, y por último, acababa de abandonar mi casa, en la que había pasado toda la tarde, una chica muy hermosa, con un cuerpo sensacional, a la que, tras mucho tiempo de intentarlo, por fin había conseguido seducir. No puedo decir que esta primera vez hiciera un gran viaje. Simplemente salí y vi mi cuerpo tendido en la cama. Fue tal la impresión que tuve, que me descentré, y volví sin saber cómo, a entrar en mi cuerpo; eso sí, terriblemente excitado e inmensamente feliz. ¡Al fin lo había logrado! Ahora se abría ante mí una nueva vida, una maravillosa vida llena de emociones, y, suponía, y aún supongo, exclusiva de una ínfima minoría de personas. Con ánimos renovados, y toda la ilusión del mundo, me esforcé por conseguir mejorar los resultados de mi primer viaje, y he de confesar en honor a la verdad que a partir de entonces, todo fue mucho más fácil. Mi "espíritu" salía de mi cuerpo siempre que lo intentaba; me desplazaba por la habitación con sólo desearlo; "oía" los ruidos de la calle, y veía mi cuerpo inmóvil en la cama.

Un buen día, o para ser más exacto, una noche de principios del verano de 1986, decidí aventurarme en mi primer viaje al exterior de mi "seguro" apartamento. Cuando estuve fuera de mi cuerpo, me dirigí lentamente a la ventana que daba a la calle, y que previamente había dejado abierta;  cientos de dudas frenaban mis “pasos”, pero la curiosidad y determinación, me impulsaban inexorablemente hacia el vacío. Sin separarme mucho del edificio fui recorriendo la fachada, como en una nube, espiando a través de los cristales a mis vecinos. Por el balcón abierto, penetré en el comedor de la familia que vivía en el primer piso de mi misma escalera. Estaban viendo la televisión, y como la inmensa mayoría de los televidentes del país, jugaban también con el programa concurso 1,2,3, Responda otra vez. La familia estaba compuesta por el padre, la madre, un chico de unos 16 años, y una chica de 19. Me entretuve observándolos, y al acabar el programa, el padre envió a los dos hijos a la cama. Fue entonces cuando decidí dejarme llevar por mis bajos instintos, y espiar a la hija, que dicho sea de paso, era sumamente hermosa. Intenté ir con ella al cuarto de baño, pero no abrió la puerta lo suficiente como para permitirme entrar, y no me atreví a seguirla, así que me fui a su habitación y esperé que viniera. Al entrar cerró tras de sí la puerta, con lo que me creí atrapado, y empecé a sentirme asustado. ¿Cómo podría salir de allí, si no volvía a abrir la puerta o  la ventana? ¿Cuánto tiempo podría yo aguantar fuera de mi cuerpo? Estaba aterrado y sin saber que hacer, cuando súbitamente, ella se dirigió hacia donde yo estaba. Para evitar el choque, instintivamente me eché atrás., y me encontré de nuevo en el comedor, donde los padres seguían viendo la televisión. El terror que había sentido hasta aquel momento, dio paso a una exultante euforia ¡ acababa de atravesar la pared !; ya no importaban las puertas ni ventanas cerradas; nada podía impedir que fuera donde, y cuando quisiera. Una vez repuesto de la impresión volví a atravesar la pared, y me deleité con el maravilloso espectáculo de la muchacha desnudándose. Cuando se hubo acostado, volví a mi casa.

Había estado una hora fuera de mi cuerpo; y al regresar me sentí terriblemente cansado; empecé a hacer planes, pero me quedé dormido enseguida. Recuerdo perfectamente, que aquella noche tuve unos sueños maravillosos. Me vi volando sobre espléndidos paisajes naturales. Pero lo que recuerdo con más intensidad es que soñé en color. Hasta entonces todos mis sueños habían sido en blanco y negro. La pasión por viajar se apoderó de mí, y me obsesionó de tal manera, que decidí dejar mi trabajo y aprovechar mis recién adquiridas  "habilidades" viajeras, para ganarme la vida. Supuse al principio, que existiría una infinita gama de posibilidades. Con la excusa de que iba a intentar vivir de la pintura, le pedí la cuenta al dueño del taller. El buen hombre intentó sin éxito, convencerme de que eran malos tiempos para dejar un trabajo estable. Incluso llegó a ofrecerme una pequeña reducción de la jornada laboral, sin merma del sueldo, para que dispusiera de más tiempo para pintar. Estoy seguro de que al hacerlo, miraba más por mi interés, que por el suyo propio.

Al poco tiempo me di cuenta, mientras menguaban mis ahorros, que la infinita gama de posibilidades de ganar dinero que había supuesto, se reducían, bien a escribir una novela relatando mis "aventuras"; bien a montar una academia esotérica donde enseñar a "viajar"; o bien a sacar provecho de los secretos que pudiera descubrir en mis viajes. Opté por la tercera de las posibilidades; que dicho de una manera más franca y lisa consistía en chantajear a las personas a las que descubriera, algún secreto inconfesable. Dada la privilegiada situación de mi casa, decidí espiar a la gente que entraba al lujoso Hotel Ritz; en cuya puerta, podía verse a menudo por entonces, el Rolls Royce de Xavier Cugat. Supuse que allí podría encontrar con facilidad alguien a quien poder "visitar" y descubrir desde mi invisibilidad, el secreto que me permitiera aligerarle la cartera. Como que tenia un cierto grado de conciencia; para acallarla, me prometí no aprovecharme de los pobres, ni extralimitarme en el chantaje a los ricos.

 

Capítulo 4 EL CHANTAJE

A primeros de otoño de 1986, mis esperanzas se vieron satisfechas. Llegaron al Ritz las Sras. Carmen Prada, Sra. de Rochard, y Cristina Sáez del Manzano, Sra. de Utiel. Ambas, miembros destacados de la aristocracia económico-social del país, y con toda seguridad, dos de las mujeres que más portadas de la prensa del corazón habían ocupado. Carmen Prada era una mujer de 30 años; culta, hermosa, y muy elegante; que había heredado el 54 % de las acciones del Banco Mediterráneo del Comercio, uno de los más importantes de la nación, amén de una cantidad importante de paquetes de acciones, de varias de las más solventes y grandes empresas. Dicho patrimonio lo administraba desde su matrimonio, su marido el Sr. Alain Rochard, ex-diplomático de origen francés, de 37 años de edad; que pese a haber abandonado la política, mantenía una gran influencia en dichos círculos; en parte por la fortuna de su esposa, en parte por ser miembro de la aristocracia, y también por sus vínculos con la Iglesia (El Sr. Rochard era un católico practicante, sumamente generoso en sus donativos). Cristina Sáez tenia 32 años, era una auténtica belleza que había abandonado en pleno éxito, su brillante carrera de actriz hacía 4 años, al casarse con el Sr. Enrique Utiel, riquísimo empresario quince años mayor que ella, cuyo dinero y talento le habían llevado a ser una de las personas más influyentes en los círculos financieros; influencia que deseaban un gran número de empresas que lo habían incluido en sus nóminas, a la par que en sus consejos de administración. Las dos señoras habían asistido, sin la compañía de sus maridos, que estaban ocupados en sus negocios en la capital, al prestigioso desfile de modas, del famoso y excéntrico diseñador italiano Luca Gandolfi, afincado en Barcelona, cuyos diseños lucían muchas de las más elegantes damas de la alta sociedad. La prensa rosa se había ocupado extensamente del suceso; pues en dichos acontecimientos, se reunía una gran multitud de personajes y personajillos de la "beautiful people", que con sus fotos, andanzas, y declaraciones, constituían la inagotable fuente por la que manaba el material que constituía la carnaza del pueblo; que ávido de "información", devoraba las páginas desde las que se asomaban, banqueros, cantantes, artistas, deportistas, políticos, y un largo elenco de personalidades. Así que, bien entrada la noche, las dos señoras subieron a sus respectivas habitaciones, mientras yo me preparaba para hacerles una visita. Me fue fácil salir de mi cuerpo, atravesar la calle, y entrar en el Hotel. Empecé a buscar por las habitaciones del primer piso, donde todo el mundo dormía; a excepción de una pareja, que estaba haciendo el amor. Por fin, en una habitación del segundo piso, encontré a Carmen Prada. Estaba en el lavabo, no se había quitado el maquillaje, aunque sí el vestido y las joyas; y debo reconocer que estaba estupenda y súper excitante dentro de las pequeñas bragas y sostenes negros que realzaban; más que tapaban sus indudables encantos. La sorpresa me la llevé al ver que se estaba preparando en una pequeña bandeja, cuatro rayas de "coca". -¡Vaya!-, pensé; es posible que aquí esté la oportunidad que estaba esperando. Carmen esnifó una, salió al salón de su suite, dejó la bandeja con las tres "líneas" restantes en una mesita; se cubrió con un camisón de seda negro; preparó un whisky, tomó un sorbo, y se sentó en el sofá. Era indudable que estaba esperando a alguien; probablemente su amante; y yo estaba convencido que ésta iba a ser mi oportunidad, y que con toda seguridad, me pagaría bien para que no informara de ello, ni a su marido, ni a las revistas del corazón. Estuve un rato, que se me hizo cortísimo, deleitándome con el espectáculo que me ofrecía sin ella saberlo. Recorrí su cuerpo por entero, lamentando la falta de ciertos sentidos. Podía verla, oírla; podía atravesarla; pero no podía sentir el tacto de su piel. Al poco, sonaron dos suaves golpes en la puerta; Carmen se puso en pié de un salto y se dirigió a abrirla. Enmarcada con el pasillo al fondo apareció Cristina Sáez. Por un momento pensé que mis planes se derrumbaban como un castillo de naipes; al fin y al cabo, tampoco era nada del otro mundo, ni motivo de escándalo para casi nadie, el que dos damas jóvenes de la alta sociedad, esnifaran unas rayas de coca en privado, después de una reunión social. Carmen, preparó un gin-tónic a Cristina mientras ésta daba cuenta de dos "rayas", luego esnifó la que quedaba, y se sentaron en el sofá. Empezaron a hablar del desfile, de los conocidos comunes, y de los modelitos que habían adquirido. Cada vez estaba más convencido que estaba perdiendo el tiempo. Pensé en irme; pero me fascinaba la belleza de las dos damas, y quizá más tarde o temprano, acabarían por decir algo que pudiera interesarme. Ellas seguían hablando; ahora se alababan mutuamente, el gusto para elegir la ropa, y el "look". Cristina mostró especial interés en el peinado de Carmen y le acarició el pelo; ésta, inclinando la cabeza, sujetó entre su cuello y su hombro, la mano que la acariciaba. A continuación, la mano libre de Cristina, acarició por encima del camisón, el pecho de su amiga; sus bocas se buscaron, y se fundieron en un prolongado beso. Carmen, que ya estaba casi desnuda, con suma delicadeza y habilidad, desnudó a Cristina permitiéndome disfrutar de la visión de su espectacular cuerpo. Las dos se metieron en la cama, donde se entregaron con pasión a unos juegos que me excitaron en grado sumo. No menos de una hora estuvieron dedicadas a acariciarse, besarse, y amarse; y yo allí sin poder hacer nada más que verlas, y oír los gemidos de placer que proferían. Intenté tocarlas pero no sentí nada; ellas, en cambio tuvieron varios estremecimientos, pero no fue debido a mi "contacto", sino a los menesteres a los que en aquel momento, estaban entregadas. Finalmente, después de haber alcanzado dos orgasmos cada una, Cristina se vistió y se fue a su habitación. Carmen se quedó dormida, y yo me fui a reunirme con mi cuerpo. Había conseguido averiguar algo, que a buen seguro me iba a permitir obtener dinero, y quizás algo más.

Al regresar, presa de una enorme excitación sexual, pensé en llamar a alguna de mis amigas, para saciar el deseo que me había despertado el espectáculo vivido momentos antes; pero la lista de posibles candidatas era muy corta, e imaginé que a aquellas horas de la noche, mis propuestas no serían muy bien recibidas; así que, a pesar del agotamiento bajé a la calle, cogí mi coche, y me dirigí hacia la parte alta de la Diagonal, donde, por primera y única vez en mi vida, una prostituta apagó mis ardores.

Al día siguiente me levanté temprano, y me dirigí a la recepción del hotel con un ramo de flores y una nota para Carmen, en la que le solicitaba una entrevista, y le notificaba que estaba al corriente de sus relaciones con Cristina Sáez. Supongo que le amargué el desayuno, pero debo reconocer que cuando entré en la suite, después de haber esperado casi una hora en la recepción,  estaba serena, al menos en apariencia, y tan hermosa y dueña de sí misma, como aparecía en las fotos y reportajes que a menudo nos ofrecían de ella, todas las revistas y algunos programas de televisión.

¿Qué sabes de mis relaciones, con Cristina?, me preguntó apenas hube cerrado la puerta.

¿Puedo  sentarme? le contesté, mientras que sin esperar respuesta, me dirigía al sofá donde la noche anterior habían empezado los juegos de las dos mujeres. Me senté y le hice un gesto para que se sentara a mi lado. Ella se sentó en un butacón al otro lado de la mesita, cruzó las piernas y preguntó de nuevo.

¿Qué sabes de mis relaciones con Cristina  Sáez?.

Verás; podría explicarte punto por punto, todo lo que ocurrió aquí anoche, desde que tú esnifaste la primera raya en el lavabo, hasta que tu amiga se fue por esta puerta, pasando por la juerguecita que os montasteis en la cama.

Por un momento, la serenidad que hasta aquel momento había demostrado Carmen se esfumó; pero enseguida la recuperó y dijo:

 De modo que nos has grabado; ¿Cuánto quieres por las cintas?

En aquel momento me di cuenta de lo delicado de mi situación. Si le hubiese dicho que no existía ninguna prueba de su desliz; que sólo yo sabía lo que había ocurrido en la habitación, le habría resultado fácil contratar a alguien que la librara de mí; así que la dejé seguir en el error y contesté:

No quiero dinero; quiero que me hagas un favor.

Ella había cruzado las piernas, y mientras yo le decía esto último, mis ojos bajaron instintivamente desde los suyos a sus muslos. Se revolvió inquieta en su asiento. Mi mirada le hizo suponer que los favores que yo pretendía eran de tipo sexual; y la verdad es que, aunque no fuera ésta mi primera intención, tenía que hacer un gran esfuerzo por contenerme.

¿Entonces, que quieres a cambio de las cintas?; dijo mientras recogía la falda por debajo de las piernas para privarme de su visión. Empezaba a disfrutar del juego, y de la sensación de poder que tenia en aquellos momentos sobre ella; pero también me dolía hacerle pasar un mal trago. Carmen me gustaba, pero también quería gustarle a ella. Por un momento me olvidé de lo que estaba haciendo, y me pregunté si no sería algo más que deseo, lo que empezaba a sentir por ella.

¿Qué quieres a cambio de las cintas?, volvió a preguntar.

Tranquilízate; no te forzaría a ti ni a ninguna mujer, no soy tan canalla. Verás, soy pintor; creo que bastante bueno; esto lo podrás comprobar más tarde en mi estudio; así que espero que con tu influencia, me consigas una exposición en una galería importante; y me gustaría que asistieras, que me alabaras, y compraras un cuadro. Viniendo de ti, cuya colección es famosa entre la aristocracia, y la gente de "pasta", seguro que me ayudaría a tener éxito. Además podrías convencer a Cristina para que haga lo mismo. Mis cuadros son muy asequibles; están entre trescientas, y setecientas mil pesetas, así que igual acabas haciendo un negocio, si mi cotización sube después gracias a ti.

Ella pareció relajarse un poco.

¿Sólo eso?, ¿Pretendes hacerme creer que te has tomado todo ese trabajo para ayudarte a exponer y venderme un cuadro barato?; ¿y después me entregarás la cinta?, y ¿qué garantías tengo yo, de que no vas a continuar haciéndome chantaje?

¡Uf! cuantas preguntas de golpe. Vamos por partes; si, sólo eso, porque una vez me haga un nombre en el mundillo artístico, no necesitaré dinero ni chantajear a nadie; prefiero vivir de la pintura que del chantaje. Como te he dicho antes, y aunque aún no te lo creas, no soy un canalla. Y sí; te entregaré la cinta, aunque la verdad, es una delicia contemplar el numerito lésbico que os montasteis, y me sabrá mal no poder verlo más. Y por último; respecto a si te lo crees o no, no te queda otro remedio que esperar, pero puedes creerme. De verdad Carmen, no quiero hacerte ningún daño. ¿Vamos a ver los cuadros?; mi estudio está aquí cerca.

Espérame en recepción; tengo que recoger mi equipaje; bajo en diez minutos.

Salí de la habitación nervioso, pero satisfecho. Las cosas estaban saliendo bien. Empecé a plantearme conseguir algo más que una exposición, de Carmen. Teniéndola a mi merced, como la tenia, seguramente no podría negarse a aceptar una proposición indecente. Sin embargo, pese a desearlo, me repugnaba la idea, que me asaltaba una y otra vez, mientras esperaba en un lujoso salón, junto a la recepción del hotel. Me preguntaba si no me estaría enamorando de Carmen. Los diez minutos se convirtieron en cuarenta, pero al fin bajó. Después de unos momentos en el mostrador de recepción, se dio la vuelta, me buscó con la mirada, y se vino hacia mí.

¿Vamos?, le pregunte mientras ella se colocaba unas enormes gafas de sol, y un sombrero para intentar pasar desapercibida en la calle. Me siguió, no sin cierta preocupación, pero sólo protesto cuando tuvo que subir cuatro pisos por las escaleras.

¿Quieres tomar algo mientras miras los cuadros?

No gracias, quiero acabar cuanto antes e irme. Tengo que tomar el avión.

Que pena; en fin ¡que se le va a hacer! ¿Qué opinas de mis cuadros? ¿Te parecen buenos?

No están mal. Hablaré con un conocido que tiene una galería que se dedica al surrealismo. No puedo prometerte nada, pero intentaré que se ponga en contacto contigo.

Más te vale que le convenzas de que estás muy interesada, y uses toda tu influencia para ayudarme. Como puedes ver, no te he hecho ningún daño, ni te he forzado, como temías al principio; a pesar de que he tenido la tentación, porque eres una preciosidad; pero ten por seguro que si no me ayudas con el tema de la exposición, conseguiré el dinero con la cinta.

Está bien, haré lo que pueda. Seguro que puede ayudarte.

Bueno, esto ya es otra cosa. Es un placer hacer tratos contigo. Después de darle una tarjeta con mi dirección y teléfono, nos despedimos y le tendí la mano. Ella se disponía a irse sin la menor intención de estrechar mi mano.

Vamos, que no quema, ni te va a contagiar nada. Carmen alargó el brazo sin convicción, y yo le besé el dorso de la mano, en un gesto teatral, que sin duda estaba fuera de lugar.

Aun no había transcurrido una semana, cuando me llamó el director de la Galería del Surrealismo, una de las más importantes salas de Barcelona, a quién Carmen había llamado para recomendarme, sugiriéndole que me ayudara, puesto que estaba convencida de que yo era un valor seguro y uno de los pintores más brillantes que había visto últimamente. Le invité a visitar mi estudio para ver mi obra. Después de ver todos los cuadros, mostró su conformidad y acordamos hacer una exposición a primeros del año siguiente. Al día siguiente me llamó Carmen.

Bien, ya te he conseguido la exposición; espero que estés satisfecho y me entregarás la cinta.

Es cierto que estoy satisfecho, pero aún no has cumplido todo lo que acordamos; recuerda que debes venir con Cristina, y adquirir un cuadro cada una. Por cierto, estoy deseando volver a verte.

Yo no puedo decir lo mismo.

Es una lástima, podríamos ser buenos amigos.

No me hagas reír, ¿porqué querría yo ser amiga de un extorsionador?

No soy tan mala persona. Además no creo que tengas demasiados amigos de verdad. Ni siquiera buenos amantes, sino no hubieras montado el numerito con otra mujer.

Eso es algo que a ti no te importa. Yo cumpliré mi parte del trato y espero no verte más.

Lamento haberte ofendido; no pretendía hacerlo, pero tú has empezado.

Bueno, dejémoslo. Vendremos con Cristina a la inauguración, y te compraremos un cuadro cada una. Muy bien, pues ya nos veremos entonces; adiós.

Capítulo 5 LA EXPOSICION

Los meses siguientes pasaron en un suspiro; con los nervios a flor de piel; entre enmarcar los cuadros, el mandar invitaciones, los últimos detalles de la exposición, y las dudas. ¿Cómo saldría la exposición?, ¿tendría éxito?; ¿supondría el lanzamiento definitivo? Intenté alejar dichos temores de mis pensamientos, que cada vez volvían con mayor frecuencia a Carmen. Pronto tuve claro que me estaba enamorando de aquella mujer. La llamé por teléfono varias veces, con la excusa de asegurarme de que no se le olvidase su cita con la exposición. En realidad, sólo quería oír su voz. Ella se dio cuenta de mis sentimientos, y perdió el miedo. Supo que había pasado de dominada, a dominadora de la situación.

Súbitamente, un agudo dolor corta el hilo de mis recuerdos, devolviéndome inmisericorde, a la realidad. Ya no llueve, pero todavía es de noche; sólo son las tres de la madrugada. La sangre ha seguido saliendo, y estoy bañado en ella. ¿Cuánto tiempo me queda de vida? Parece que el dolor cede, y continúo repasando mi historia.

Por fin llegó el gran momento: La inauguración de mi primera exposición en solitario, en una sala de gran prestigio, que debería significar mi lanzamiento hacia la gloria artística. El lunch empezó a las seis; allí estaban mis amigos, parientes, el director de la sala, un montón de críticos, posibles compradores invitados por la galería y, creo yo, casi todos los fotógrafos y reporteros del mundo; todos pendientes, no de mis cuadros, sino de la llegada de Carmen y Cristina. Algunos críticos comentaban, sin excesivo entusiasmo, (mientras daban buena cuenta de los canapés y copas de cava), su opinión sobre mi obra; indudablemente surrealista. Veían en ella, claras influencias de Dalí, René Magritte; e incluso los más atrevidos, reminiscencias del Bosco y de Puvis de Chavannes. Por fin, alrededor de las siete, llegó. Lo supe por el revuelo que se armó en la puerta de la galería; casi todo el mundo corrió hacia la entrada, que quedó iluminada por los flashes de las cámaras fotográficas, que disparaban la multitud de fotógrafos que peleaban entre sí, por lograr la mejor posición, desde la que hacer sus instantáneas. Carmen entró, con la dignidad de una reina, dejándose fotografiar con la mejor de sus sonrisas; repartiendo saludos por doquier. Cristina venía con ella, disputándole las atenciones de los fotógrafos, pero con un gesto menos alegre. Las dos vinieron hacia mí, y Carmen me saludó como a un viejo amigo, dándome un par de efusivos besos en las mejillas. Cristina disimulaba a duras penas su incomodidad. Cuando me saludó, tendiéndome la mano, la atraje hacia mí, y también la besé en ambas mejillas. A continuación, y después de que las damas saludaran al director de la galería, les ofrecí sendas copas de cava, y recorrimos la exposición comentando todos y cada uno de mis cuadros, mientras los flashes continuaban iluminando la sala continuamente. La actitud de Carmen, relajada y alegre contrastaba con la de Cristina, aunque debo reconocer que fue, sino cálida, si al menos correcta. Al terminar el recorrido, las dos me fueron arrebatadas sin miramientos por la multitud de reporteros, ansiosos de noticias. Ellas dieron satisfacción a todos, concediendo entrevistas, en las que elogiaron mi obra, exhibiendo su amplia cultura artística, y dejándose fotografiar, con todo aquel que quería aprovechar la ocasión de poder tener un recuerdo personal con las dos bellas y famosas Sras. Mientras; yo charlaba con mis parientes y amigos, que me felicitaban por el seguro éxito y lanzamiento que iba a suponer para mí, la exposición. Ninguno de ellos salía de su asombro por el hecho de que yo conociera a aquellas dos mujeres, que, además de haber venido a la inauguración, habían adquirido un cuadro cada una; Carmen, el más caro de todos los expuestos, y  Cristina uno de precio medio. Al fin, pude rescatar a Carmen de las garras de la legión de periodistas y críticos que la asediaban, la llevé al despacho del director, y cerré la puerta.

Al fin solos de nuevo, dije para romper el hielo.

Gracias por haber venido, y comprado un cuadro. ¿Gracias?; como si tuviera otra opción. ¿Te suena de algo un  chantaje? Dijo con un tono que pretendía aparentar enfado, pero sin conseguirlo.

Bueno, después de todo has comprado el cuadro más caro, y yo no pedía tanto. ¿Qué opinas de mi obra?; ¿te gusta?, ¿crees que tengo futuro?

Mientras dejaba la respuesta en el aire, se sentó, cruzó las piernas sin preocuparse por el hecho de que sus muslos quedaban perfectamente a la vista, sacó un cigarrillo de su bolso, y esperó a que yo se lo encendiera. Saqué el encendedor del bolsillo de mi americana, y le ofrecí fuego sin acercar lo suficiente la llama al cigarrillo. Ella cogió mi mano con exquisita suavidad, y se acercó para encenderlo. El simple tacto de sus manos hizo que la oficina se convirtiera en el paraíso, que el cielo se llenara de colores, y el aire de música; y todo mi cuerpo se estremeció. Carmen se dio cuenta de mi turbación, y supo que me tenía a su merced. Me senté frente a ella, y mis ojos volvieron a posarse en sus piernas. Esta vez no se sintió amenazada y dejó que disfrutara del espectáculo.

Me gusta, dijo; creo que tienes futuro; veo una interesante mezcla de cinismo y pasión en tus cuadros. Estoy convencida de haber hecho una buena inversión. Y tú, cuándo vas a darme la cinta?

Te la llevaré personalmente, junto con el cuadro, a la dirección que quieras, en cuanto acabe la exposición. Por cierto, cómo se lo tomó Cristina?

No tan bien como yo, pero es que ella es mas vulnerable;  ya que si tuviera que hacer un gran desembolso de dinero, tendría que pedírselo a su marido. Pero a ti, qué más te da?; no irás a decirme que te importan sus problemas, o los míos.

Bueno; era preguntar por preguntar; a mi sólo me preocupas tú. ¿Crees que soy un canalla?

Mira lo que es cierto es que nos has espiado y chantajeado; y esto no lo hace la buena gente. Por otro lado, no has abusado de tu información; y eso que podías haber sacado una buena "tajada". Eso me hace pensar que quizás no seas un canalla. Pero, ¿por qué te importa tanto lo que yo opine de ti?

Sin lugar a dudas estaba jugando conmigo, aprovechándose del dominio que sabía que tenía sobre mí, y estaba buscando que yo confesara mi sumisión total.

Verás, creo que me estoy enamorando de ti.

Por respuesta, soltó una leve carcajada; se puso en pie y se dirigió hacia la puerta saboreando su éxito. Al llegar a ella se dio la vuelta con una sonrisa en los labios, y sin decir palabra supe que había dado por finalizada la entrevista, y esperaba que abriera la puerta, como un fiel sirviente. Me levanté; fui sumiso hasta la puerta y la abrí. Cuando la hubo atravesado me dirigió una mirada de triunfo; sabía que no corría ningún peligro, porque me tenia a su merced.

Te espero en Madrid; el director de la galería tiene la dirección a la que tienes que traerme el cuadro, y la cinta.

Volvió a darme dos besos, el segundo de los cuales quedó excesivamente cerca de mis labios, turbándome. Era obvio que estaba abusando sin el menor recato, de la fascinación que ejercía en mí; y disfrutaba con el juego. Se alejó, seguida del nutrido grupo de fotógrafos que de nuevo disparaban sus cámaras. La exposición fue un éxito; se vendieron todos los cuadros. Mi nombre e imagen aparecieron en todas las revistas del corazón de aquella semana; y las publicaciones de arte, dieron cuenta de la aparición de un nuevo talento, que al parecer, contaba con el mecenazgo de la Sra. Carmen Prada de Rochard. El propietario de la galería me ofreció un contrato cuyas cifras tuve que mirar dos veces para creérmelas, de lo enormes que eran. Incluso pasaron por la exposición, a raíz de ver mis fotos en la prensa, antiguas amigas, que antaño me habían negado sus favores, rechazando mis proposiciones; y que ahora se interesaban por mí, buscando al triunfador. Parecía que mis actividades sexuales iban a experimentar un notable incremento. Pero por las noches, era con Carmen, con quien soñaba.

 

Capítulo 6 AMANTES

A los dos días de clausurada la exposición, me presenté en el domicilio indicado por Carmen para la entrega del cuadro y la cinta. Era un discreto apartamento de Madrid, y me sorprendió que fuera la misma Carmen quien abrió la puerta. (Yo había imaginado un ejército de criados)

Hola, aquí estoy con el cuadro. ¿Estás sola?, caramba, esto es más pequeño de lo que me imaginaba, aunque debo reconocer que lujoso sí que lo es.

Me explicó que aquel apartamento, era una especie de escondite secreto donde se refugiaba, cuando quería estar sola, o con alguna compañía "especial"; de cuya existencia sólo sabían tres o cuatro personas, entre las cuales no estaba su marido.

¿Y la cinta?, preguntó al tiempo que la sonrisa inicial desaparecía de su cara.

No existe ninguna cinta; contesté mientras entraba, y dejaba el cuadro apoyado en la pared.

No os grabé, simplemente os observé.

El rostro de Carmen pasó, de amable a enfurecido al instante.

¿Piensas que voy a creerme eso? Allí no había nadie más que nosotras dos. Sólo puedes saber lo de la coca y lo de Cristina, si nos grabaste. A no ser que quieras guardarte la cinta para volvernos a chantajear, pero te advierto...

Te estoy diciendo la verdad, Carmen;  mi cuerpo no estaba allí, pero mi espíritu, si. Puedo hacer viajes astrales. Aunque te resulte difícil de creer, te juro que es verdad. Además, te aseguro que no quiero hacerte daño, porque me siento  atraído por ti, hasta tal punto, que creo que me he enamorado.

Carmen estaba perpleja; quería creer en mí, pero no podía aceptar lo que le estaba diciendo. Así que le propuse hacer la prueba, aunque temía fallar en el intento de hacer un viaje, con ella a mi lado. Siempre que había emprendido uno, lo había hecho desde la soledad y tranquilidad de mi habitación. Aceptó el reto, y le sugerí que se fuera al lavabo, se encerrara, y escribiera algo en una nota; yo efectuaría un viaje, lo leería, y una vez vuelto a mi cuerpo, le diría lo que ella hubiese escrito. Se encerró en el lavabo mientras yo emprendía el viaje. La observé mientras escribía “ESTAS LOCO PERO ME GUSTAS”. Ella a su vez, miraba a su alrededor buscándome. A continuación rompió la nota, la arrojó en el inodoro, y tiró de la cadena. Cuando desperté del viaje, Carmen esperaba desafiante. Me acerqué, y la cogí por el talle. Se sorprendió pero no hizo ningún esfuerzo por librarse de mí, y yo le repetí, palabra por palabra, lo que había escrito. Abrió los ojos, impresionada, pero sólo por un momento, porque inmediatamente, sin darle tiempo a decir nada, la besé en la boca.

A continuación, y sin mediar palabras, nos desnudamos mutuamente; aunque daría una imagen más real si dijera que nos arrancamos la ropa, mientras nuestras bocas permanecían fundidas en un interminable beso; nuestros cuerpos se apretaban como si intentaran atravesarse, y con las manos recorríamos con avidez tanta piel como nos era posible. En algún momento, llevados por la pasión yo le apreté en exceso los pechos y las nalgas, y ella clavó sus uñas en mi espalda. Yo estaba haciendo esfuerzos por retrasar el momento de la penetración, para alargar el acto, cuando ella me la reclamó; la penetré con frenesí casi salvaje, e hicimos el amor apasionadamente. Fue corto pero intensísimo. Mientras recuperábamos el aliento, aún abrazados, le dije varias veces que la quería; y volvimos a hacer el amor; ahora más pausada y dulcemente. Al terminar, nos contamos cosas de nuestras vidas; nos confesamos nuestros sueños e ilusiones. Yo hablé más que ella; además de por el hecho de que a los hombres nos encanta hablar de nosotros mismos, porque Carmen me pidió que le hablara del viaje astral. Ella me confesó que nunca había sentido tanto amor, ni vivido tanta pasión;  y volvimos a hacer el amor. ¡Dios!, jamás hubiera creído, ser capaz de amar tanto, ni tan plenamente. Carmen me pidió que me quedara en su apartamento aquella noche, mientras ella asistía con su marido, a una cena a la que no podía faltar; para poder vernos de nuevo al día siguiente. Yo acepté encantado. Ella se levantó de la cama, y fue a darse una ducha. Cuando oí caer el agua, yo también me dirigí al cuarto de baño. Abrí la puerta de la mampara, y me deleité unos momentos con la visión de su cuerpo. Me hubiera estado toda la vida contemplándola, pero ella me invitó a entrar. Acepté encantado la invitación; llené mis manos de jabón, y le embadurné todo el cuerpo. Ella cerró los ojos y se dejó hacer un buen rato. Después se abrazó a mí y con su cuerpo enjabonó el mío;... y de nuevo hicimos el amor; esta vez en la ducha. Al terminar, con pasos vacilantes, por el temblor de piernas que ambos sentíamos, volvimos a la habitación. Carmen se vistió, yo me quedé acostado, incapaz de levantarme. Pese a mis ruegos y sus deseos, ella se fue, y me quedé dormido enseguida.

Al día siguiente, me levanté temprano, y salí a comprar algo de comida y un enorme ramo de flores. Cuando volví, aun no eran las nueve y media, y ya estaba esperándome en la puerta, (me había dado sus llaves). En cuanto me vio se abalanzó sobre mí, y nos besamos, hasta quedarnos sin aliento. Cuando nuestros labios se separaron para tomar aire, abrí la puerta, y entramos. Después de cerrarla; nos arrojamos, el uno en los brazos del otro; y volvimos a hacer el amor. Me contó que ni su marido, ni los amantes que tuvo, antes de casarse, la habían hecho sentir lo que yo.

Me considero un amante normal; lo único especial es que te quiero, como nunca he querido a nadie.

Yo también te quiero, dijo ella, y jamás he querido como te quiero a ti.

Y volvimos a hacer el amor, una y otra vez, hasta quedar tan rendidos, que no podíamos ni movernos.

Quedamos que todos los miércoles, yo iría a Madrid, y pasaríamos el día juntos. Ella vendría a Barcelona, tantas veces como pudiera, o encontrara una buena excusa. Para tranquilizar a Cristina, le diría que ella misma había destruido la cinta.

Volví a pintar; salí con algunas de mis antiguas amigas, de las que me había olvidado. Todas ellas, después de ver el estudio, y tomar alguna copa mientras charlábamos y escuchábamos música, acabaron en mi dormitorio; pero ninguna me hacía sentir lo que Carmen. En los siete meses siguientes a nuestra primera vez, volé a Madrid cada miércoles, y ella vino a Barcelona seis veces. No sé cómo, pero lo cierto es que en ese tiempo, además de viajar y hacer el amor, tuve tiempo para pintar los cuadros suficientes como para montar otra exposición. Esta vez sería en Madrid, y también gracias a los buenos oficios e influencias de Carmen .Quince días antes de la fecha fijada para la inauguración, con la excusa de los preparativos, cargué los cuadros en mi 124, que quedó abarrotado, y me fui a su apartamento, donde me instalé, " hasta que acabara la exposición". Carmen repartía su tiempo entre la cama de su casa por las noches, y la de su apartamento secreto durante el día, donde nos entregábamos sin freno a saciar el deseo que sentíamos. Uno de aquellos días que precedieron a la inauguración, Carmen y yo decidimos abandonar el lecho, e irnos a comer a un conocido, y carísimo restaurante. El maître estaba a punto de asignarnos la mesa, cuando alguien llamó a Carmen. Era el Sr. Enrique Utiel, que había acudido con su mujer, Cristina, a comer, y se empeñó en que comiéramos con ellos. Fue imposible negarse. Después de la presentación, empezamos a charlar sobre mi inminente exposición. El Sr. Utiel me pareció un tipo agradable, aunque me dio la impresión de que no era recomendable tenerlo como enemigo; sumamente inteligente, y excelente conversador. De todas formas, el recuerdo más claro de la comida (que dicho sea de paso, era exquisita ), fue la rabia contenida de Cristina, y las miradas de odio que me dirigía cuando nadie la miraba; miradas que yo podía sentir, más que ver; ya que cuando dirigía mis ojos hacia ella, su rostro se iluminaba con una afectada sonrisa. Cuando nos despedimos del matrimonio Utiel, le pregunté a Carmen:

¿Por qué me odia tanto?; Lo del chantaje no fue tan grave.

Desde tu exposición de Barcelona, no he vuelto a salir con ella; creo que está celosa; pero no te preocupes; ya se le pasará; no soy la primera en su vida, ni creo que sea la última. Para mí fue mi primera y única experiencia lésbica, pero su matrimonio es una tapadera. A ella sólo le gustan las mujeres.

Si la tenías tan cautivada, como a mí, seguro que no se le pasa, por más que viva cien años.

Calla tonto, y volvamos al apartamento que quiero que me vuelvas a hacer el amor.

¿Otra vez?, protesté sin ninguna convicción, pues yo también sentía los mismos deseos. Ella me cogió de la mano, y yo me dejé llevar.

Y llegó el día de la inauguración. Allí estaban todas aquellas personalidades, que en Madrid eran alguien, en los círculos artísticos, culturales y sociales. De ello se había ocupado Carmen, que durante el acto, ejerció de anfitriona. Entre las personalidades que me presentó estaba su marido; que me produjo una extraña mezcla de sentimientos: envidia, porque estaba casado con Carmen; pena, porque no había sabido disfrutar todo lo que ella era capaz de dar; y odio, por no darle a ella toda la felicidad que merecía. Solo faltó a la inauguración, el matrimonio Utiel, que según me dijo Carmen, estaba en Baqueira Beret, buscando un chalet, para pasar unos días de vacaciones en la nieve, el próximo invierno. A mí no me importó lo más mínimo, pero decidí darle un escarmiento a Cristina.

Capítulo 8 COMPLICACIONES

 Al día siguiente todos los periódicos se hacían eco del intento de secuestro de la Sra. Cristina Sáez de Utiel. Intento que había abortado, la valiente actitud del pintor amigo de la familia, Antonio Riera. Prometían explicar los hechos, y entrevistas con los protagonistas del suceso, si los localizaban, al día siguiente; ya que dada la hora de la noche, a la que fue dada a conocer la noticia por la agencia EFE, les había sido imposible obtener más información que ofrecer a sus lectores. Sólo pudieron localizar a Cristina, ya que yo me encerré en el apartamento de Carmen. Esta, me llamó en cuanto leyó los titulares de la prensa. Me dijo que su marido salía al extranjero por asuntos de trabajo, y que vendría a verme para que le explicara lo que había pasado, y que hacía yo con su antigua amiga. Apenas colgó, llamé a Cristina para pedirle que, en caso de que Carmen le preguntara, le diera la misma versión que a la policía. Ella aceptó encantada, no sin antes bromear sobre el asunto, y sobre las posibilidades que ahora tenia para chantajearme a mí.

Carmen llegó al mediodía con comida preparada. Después de explicarle la historia del retrato, le aseguré que no lo haría porque no me gustaba hacerlos (eso último era verdad); como prueba le expliqué que sólo una vez, había intentado hacer uno a mi padre, y se había quedado a medias. Las explicaciones le satisficieron; comimos y pasamos el resto del día encerrados en el apartamento haciéndonos el amor. Al atardecer; nos preparábamos para salir a cenar, se había puesto el vestido, y mientras se pintaba de nuevo los labios, me pregunto si la quería.

Claro que te quiero, creo que hoy te lo he dicho, al menos un centenar de veces; y si quieres te lo repetiré otras tantas; pero ¿porqué lo preguntas?

¿Me quieres lo suficiente como para casarte conmigo?, insistió.

Pero si ya estás casada. Tú y Alain hacéis una buena pareja; ¿es que piensas divorciarte?

Todo es posible, pero no has respondido a mi pregunta; ¿te casarías conmigo si me divorciara?

No lo sé Carmen; yo te quiero, pero no me he planteado el casarme contigo por que sabía que estabas casada. Probablemente si, pero la pregunta, me coge por sorpresa. ¿Vas a divorciarte?

Seguramente;  no creo que mi marido quiera continuar casado conmigo, cuando sepa que estoy esperando un hijo tuyo.

La noticia me dejó petrificado. No sabía que hacer, ni que decir. Quería a Carmen con toda el alma, pero me aterraba perder mi libertad. No me había planteado formar una familia, y tener hijos. Ansiaba vivir libre, ahora que por fin tenia dinero, tantas mujeres como quisiera, y una total libertad para vivir a todo tren. No me había saciado aún, de todo lo que la vida me estaba ofreciendo; cosas a las cuales debería renunciar en caso de casarme. Pero amaba a Carmen, de verdad.

¿Como ha pasado?, ¿no tomas pastillas, o llevas un D.I.U.?

No. Mi marido, en  las pocas ocasiones  que lo hacemos, utiliza un preservativo.

¿Porqué no me lo dijiste?, también habría hecho lo mismo.

La primera vez sucedió tan rápido, que no quise romper el encanto del momento, y después,... me daba igual.

A esto, no supe que responder, y me quedé callado.

No te preocupes. No quiero que te cases conmigo, si no lo deseas con toda tu alma. No necesito estar casada para tener a mi hijo. Si quieres casarte conmigo, estupendo; y si no, ¡que se le va a hacer! Tengo 32 años, no quiero esperar mucho más para tener hijos. Me hace mucha ilusión ser madre,... y que tú seas el padre. Te quiero.

Salimos a cenar, y volvimos al apartamento. No hicimos el amor, pero fue una noche maravillosa. Nos metimos en la cama desnudos y abrazados; mientras una música suave y melódica inundaba el ambiente, nos dijimos mil veces que nos amábamos. Hicimos planes para el futuro; viajaríamos a islas desiertas, seríamos inmensamente felices con nuestro hijo. Nos imaginábamos en Disneyland y en todos los lugares maravillosos del planeta paseando nuestra felicidad, que no tendría fin. Soñamos despiertos, estrechamente abrazados, mientras nos acariciábamos tiernamente. Antes de dormirme le besé amorosamente el vientre; aquel vientre suave y liso que pronto se hincharía, a medida que fuera creciendo la vida que llevaba dentro. Me volví a Barcelona al día siguiente. Antes de despedirnos, acordamos que yo no volvería a Madrid, hasta que ella hubiese hablado con su marido, y resuelto la situación.

Aquel mes de Noviembre, y gracias al dinero de la exposición, compré un Golf GTI, hice reformas en mi piso, y cambié todos los muebles y electrodomésticos. Y volví a pintar, y a jugar a fútbol. En Diciembre invité a salir a Esther Pons, la vecina del primer piso, a la que había visto desnudarse en la intimidad de su habitación, la primera vez que me aventuré en un viaje astral fuera de la mía. Sólo había pasado un año desde aquel suceso, aunque me parecía mucho más tiempo, dada la cantidad de experiencias que había vivido. Esther aceptó, y me sorprendió agradablemente. Estaba estudiando Psicología en la Universidad; además de hermosa, era culta, simpática, y tenía mucho temperamento. Me costó varias salidas, conseguir llevarla a la cama. No fue hasta la séptima u octava, que cedió a mis pretensiones. La había llevado a mi piso, con el pretexto de enseñarle mis cuadros. Me sorprendió tanto pudor en una universitaria de 20 años, a la que suponía experta en "juegos de cama"; pero Esther era virgen. Me lo dijo cuando ya estábamos en la habitación, completamente desnudos. Intenté ser lo más tierno y cuidadoso posible. Me sentí halagado y orgulloso por el hecho de que una mujer tan maravillosa, se me entregara en su primera vez. Me dejé llevar por la ternura, y me enamoré de nuevo. ¿Quién dice que no se puede amar a dos mujeres a la vez? Yo amaba a Carmen, y me había enamorado también de Esther. El resto del invierno, me lo pasé pintando, haciendo el amor con Esther,  y también pensando en Carmen, de quién no tenia noticias, desde que salí de Madrid; pero no me atrevía a llamarla. Además habíamos  convenido que ella llamaría, tan pronto las circunstancias lo permitieran. También pensé en Cristina, y en el intento de secuestro. ¿Habría entablado "amistad" con la diputado?

En este punto, corto el hilo de mis recuerdos de nuevo. Aún es de noche; sigo tendido en mi cama, bañado en sangre, pero apenas me duele. Noto que la vida se me escapa lentamente. Es muy probable, que quien me ha disparado haya sido enviado por el marido de Carmen. También el de Cristina, o la diputado, podrían haberlo enviado, si supieran que yo estaba al corriente de sus "negocios"; pero no creo que ella les haya dicho nada. Por un momento, pasa por mi mente la sospecha de que haya podido ser Esther la autora de los disparos, por lo que sucedió semanas después, pero enseguida rechazo la idea.

A principios de la primavera de 1988, sin que yo hubiese sabido nada de ella, apareció en todas las revistas del corazón la noticia del divorcio de Carmen Prada y del Sr. Rochard. En una de ellas se informaba además del embarazo de ella, y de que con toda probabilidad, ésta era la causa del divorcio, ya que se decía, el Sr. Rochard no era el padre. Tampoco se sabía el paradero de Carmen, a quien en la revista, suponían en el extranjero, para alejarse del escándalo que su embarazo y divorcio, sin lugar a dudas iba a provocar. También prometían en la citada revista, averiguar el paradero de Carmen, y el nombre del padre de su futuro hijo/a para informar de ello a sus lectores en las siguientes publicaciones.

Capítulo 9 LONDRES

 A los pocos días de la aparición de la noticia, Carmen me llamó por fin.

¿Como estás?, ¿porqué has tardado tanto en llamar?, ¿donde estás?, ¿estás bien?, le pregunte sin darle tiempo a contestar.

Para, para; me contestó al otro lado del teléfono. Estoy bien; en Londres; quería meditar, y para ello necesitaba estar lejos de ti. Te he preparado una exposición. Así que ¿porqué no te vienes para aquí?, y cierras el trato con el galerista. Podríamos estar solos, y hacer planes para nuestro futuro.

De acuerdo;  llámame mañana;  ya habré sacado el billete y te diré la hora de llegada. ¿Te ocupas tú del alojamiento?

Claro, cariño; te quiero; hasta mañana.

Yo también te quiero; se harán interminables las horas. Hasta mañana.

Llamé a Iberia, donde me informaron de los horarios de vuelos, e hice la reserva. Después me puse a pensar como decirle a Carmen, que pese a lo mucho que la quería, no quería casarme,... aún. No quería la responsabilidad ni las ataduras de una familia. Por fin tenia un coche nuevo, y caro, mucho dinero, y la libertad de hacer lo que me venía en gana, sin reparar en gastos, ni tener que dar explicaciones de mi conducta. También Esther estaba entrando en mi vida, quizás más rápidamente de lo que yo hubiera querido. Con la ilusión y fuerza del primer amor, y la facilidad que le daba el hecho de vivir en el mismo edificio, se presentaba en cualquier momento en mi piso. El pudor y la timidez de la primera vez, dieron paso a un torbellino de deseo, casi insaciable, que a duras penas, yo podía colmar. A la mañana siguiente, Carmen llamó de nuevo. Le dije la hora previsible de llegada, y preparé el equipaje necesario para estar en Inglaterra, no más de tres días. Avisé a Esther de que me iba a Londres, a preparar una exposición, y que estaría fuera tres o cuatro días; que ya la avisaría cuando fuera a regresar. Le dejé las llaves del coche para que lo utilizara durante mi ausencia, y viniera a recogerme al aeropuerto. Ella quiso llevarme también, aunque yo insistí sin éxito, en que podía coger un taxi. También le di un duplicado de las llaves de mi piso. Durante el vuelo, no podía apartar de mí, el recuerdo de las dos mujeres a las que amaba; y me preguntaba si era lícito, tener relaciones con ambas, y cuanto tiempo podría durar la situación. En vano intentaba justificarme, pensando que a ninguna le había hecho ningún tipo de promesas; pero no podía dejar de pensar que a cada una de ellas le haría daño descubrir mis relaciones con la otra. Al llegar al aeropuerto de Londres, ya era de noche. Después de pasar por la escrupulosa aduana; descubrí a Carmen entre la multitud. Su embarazo se percibía claramente; debía estar por el séptimo u octavo mes. Ella me descubrió casi a la misma vez que yo. Corrí hacia ella y nos fundimos en un largo y estrecho abrazo.

Estás bellísima; el embarazo te sienta de maravilla; le dije con sinceridad; ¿te encuentras bien?; ¿de cuanto estás?

Gracias, adulador; estoy bien, y de ocho meses; lo espero para finales de Mayo. Tú tampoco estás mal; tenía muchas ganas de volverte a ver.

Yo también. Me tenías preocupado. ¿Qué te parece, si me llevas a cenar, y mientras me cuentas qué has hecho todo este tiempo?

De acuerdo; ¿y tu equipaje? Por toda respuesta, le enseñé el maletín de mano.

¿Piensas comprarte ropa aquí?; ¿o acaso piensas marcharte enseguida?; preguntó al tiempo que un mohín de disgusto se dibujaba en su cara. Su angustia me desarmó. En aquel mismo momento, cambié mis planes de estancia en aquella ciudad.

Claro que pienso comprarme ropa aquí;  y me quedaré contigo  hasta que me eches.

Una alegre sonrisa iluminó su rostro, al tiempo que unas lágrimas brotaban de sus ojos. Se agarró a mi brazo, apoyó su cabeza en mi hombro, y salimos de la Terminal, para coger un taxi, que nos llevó al hotel, donde ella estaba alojada. Durante el trayecto, apenas nos dirigimos la palabra. Yo había pasado un brazo por su hombro, y ella apoyaba su cabeza entre mi cuello y mi pecho. Con mi mano libre, acariciaba las suyas. De vez en cuando, ella se la acercaba a la boca, y la besaba amorosamente. Me sentía mal por la soledad que intuía en Carmen. Pese a ser una mujer fuerte e independiente, era obvio que las circunstancias del divorcio y el embarazo, hacían mella en su entereza. Al llegar al hotel, Carmen se dirigió a la recepción, y en un inglés, que me pareció extremadamente fluido; aunque, yo no entendí casi nada; pidió las llaves de su habitación, y comunicó al empleado, que yo era la persona que la iba a compartir con ella. Era una "suite", extraordinariamente hermosa y cara. Aún no había terminado de colgar en el armario, las escasas prendas de vestir que llevaba en el maletín, cuando llamaron a la puerta. Carmen abrió, y entró un camarero empujando un carrito que contenía una excelente cena fría; lo dejó al lado de una mesa, en la que no me había fijado antes, preparada para dos comensales, iluminada por dos candelabros, con cinco velas rojas cada uno; se despidió cortésmente, y se fue.

Vaya;  si me querías impresionar, lo has logrado; aunque, si me querías seducir, no hacía falta; ya me tienes completamente rendido.

La besé apasionadamente, y ella respondió con igual pasión. A continuación hicimos el amor, con una extraordinaria ternura, y delicadeza, dado su estado. Después de darnos un baño cenamos a la luz de las velas. Yo en pijama, y Carmen con un camisón de seda blanco, semi-transparente, que realzaba extraordinariamente su belleza. Además, debido al embarazo, le habían crecido los pechos, lo cual aumentaba en grado sumo su sex appeal. Durante la cena, me explicó que el director de la galería de arte, que iba a hacer la exposición, nos esperaba al día siguiente por la mañana.

Me parece perfecto; pero tú tendrás que llevar la voz cantante, porque yo no sé inglés.

De acuerdo; yo seré tu intérprete; pero una vez cerrado el trato, tendrás que acompañarme a todas partes.

Al día siguiente Carmen me llevó a una de las principales galerías de Londres; y me presentó al director. Le mostré mi catálogo, que fue de su agrado, y rápidamente llegamos a un acuerdo para hacer una exposición en Enero del año siguiente; en unas condiciones satisfactorias para mi, y supongo que estupendas para él, a juzgar por la sonrisa de satisfacción que mostraba la cara del sujeto cuando nos despedíamos.

Bien Carmen, soy todo tuyo. ¿Que quieres que hagamos ahora?

En los siguientes diez días, sólo me separé de Carmen durante media hora, en la que, con la excusa de llamar por teléfono a mis padres, para comunicarles que había tenido un buen viaje, avisé también a Esther que la estancia en Londres se prolongaría algunos días. Las protestas de ésta, no sirvieron de nada, ya que me había dado cuenta que, a pesar de amarla también, no podía competir con Carmen. Compramos ropa y algunos regalos en Porto bello, asistimos al cambio de la guardia en Buckingam Palace, criticamos los cuadros de la National Galery, nos codeamos con los famosos personajes del Museo de cera de Mdme. Tussaud, nos empapamos de historia en el British Museum, y anduvimos descalzos por el Hyde Park. Paseamos nuestro amor por toda la ciudad. Carmen que iba cogida a mi brazo, sin soltarme un solo momento, ejercía de anfitriona. Y a pesar que no volvimos a hacer el amor, pasamos una maravillosa "luna de miel".

La luna de miel terminó bruscamente, una tarde en que al regresar al hotel, fuimos sorprendidos por los flashes de las cámaras de dos "paparazzi" que la habían estado buscando. Aquella noche no salimos del hotel; volvimos a cenar en la habitación, a la luz de las velas. Decidimos que yo regresaría a Barcelona al día siguiente, y ella iría a Suiza, donde tenia previsto dar a luz. Le prometí que estaría allí unos días antes del acontecimiento, para estar con ella.

Durante estos días, me he dado cuenta de que no quiero vivir sin ti. Si me aceptas, seré el hombre más feliz del mundo, siendo tu marido.

Y a mi me harás la más feliz de las mujeres. Claro que acepto. ¿Te parece bien que nos casemos al regreso de Suiza?

Me parece estupendo.

Al día siguiente, pudimos salir del hotel burlando a los fotógrafos que se habían congregado en la puerta, con la intención de obtener  más fotografías para sus reportajes, gracias a la ayuda del director, que puso a nuestra disposición un coche del servicio, que nos llevó al aeropuerto. Ya en el avión que me llevaba de regreso a Barcelona, iba pensando en el mejor modo de decirle a Esther, que lo nuestro había terminado, porque iba a casarme con Carmen. Decidí que no había forma de no hacerle daño, así que lo mejor sería no andarse con rodeos. 

 

Capítulo 10 SE ACERCA EL FIN

Llegué al aeropuerto del Prat al mediodía del 29 de Abril de 1988. Como que no la había avisado, Esther no acudió a recibirme; así que cogí un taxi que me llevó a casa. Después de recoger la correspondencia de buzón, subí al piso, deshice el equipaje, me cambié de ropa, y bajé a la calle a comprar comida. Poco  después de comer se presentó Esther. Nada mas abrir la puerta, me abrazó y besó apasionadamente.

He supuesto que estabas aquí al ver que ya no había correspondencia en tu buzón. ¡Como te he encontrado a faltar! ¡Te deseo tanto!

Sin darme tiempo a decir nada empezó a desnudarme; y yo la dejé hacer mientras en mi mente libraban una dura batalla, la conciencia y el deseo. Aquella tarde hicimos varias veces el amor. Ella parecía querer recuperar los días perdidos, y yo me decía que ésta sería la última vez. Por la noche salimos a cenar. Esther estaba tan feliz, que no me atreví a decirle que iba a casarme con Carmen. Sin embargo, sabía que no debía posponer darle la noticia, que sin duda alguna iba a romperle el corazón. Sólo había que mirarla a los ojos para darse cuenta de lo enamorada que estaba. Y a mi me desgarraba el alma, el daño que sin duda iba a causarle. Aquella noche me despedí de ella con el firme propósito de decírselo al día siguiente. Por la mañana le estuve dando vueltas, y al mediodía fui a buscarla a la universidad. Fuimos a comer a un restaurante, cerca de casa. Estábamos tomando el café, y yo seguía sin atreverme a decirle que lo nuestro debía terminar. Ella debió darse cuenta de que algo no andaba bien  porque de pronto me dijo:

Te noto ausente; ¿ocurre algo?

Verás Esther (dije haciendo un terrible esfuerzo); lo que tengo que decirte me duele, y sé que a ti te va a hacer daño. Hay otra mujer en mi vida, y voy a casarme con ella.

La declaración cayó como un mazazo. Se quedó mirándome fijamente; sin decir nada; como esperando que yo la sacara de aquella violenta situación, diciéndole que era mentira, que sólo era una broma.

Lo siento. Fue lo único que se me ocurrió añadir.

Ella se levantó de la silla, y salió llorando del restaurante, mientras yo me quedaba lamentando inútilmente el daño causado. Pedí una copa de J.B., que me bebí de un trago; pero ni el whisky, ni nada podía acallar mi conciencia, que ahora descargaba sobre mi, todos los reproches que yo había estado ignorando, mientras duró mi relación con Esther. Salí del restaurante y me fui a casa, donde me puse a pintar con la vana  esperanza de poder olvidarme del daño que acababa de causarle. En vista de que pintar no me servía, decidí ir a entrenar  con el equipo de fútbol. Esto fue efectivo, mientras duró el entrenamiento; pero nada más concluir, la conciencia volvió a la carga. Aquella noche intenté ahogarla en alcohol, pero sólo conseguí una estúpida borrachera, que se convirtió en una dolorosa resaca, a la mañana siguiente. Por la tarde, cuando empezaba a desaparecer el dolor de cabeza, sonó el timbre de la puerta. Abrí, y allí estaba Esther, con expresión triste, y una revista que puso ante mis ojos, en cuya portada aparecía una fotografía de Carmen y mía en Londres. Pasa, le dije, mientras me disponía a darle todas las explicaciones que me pidiera. No me importaban los probables reproches que me haría; sólo me dolía el daño que le había hecho a ella; y hubiera hecho cualquier cosa, si hubiese podido evitárselo.

¿Es ella?, pregunto Esther.

Si, ella es la mujer con quién me voy a casar.

Aquí dice que probablemente el hijo que espera es tuyo. ¿Es cierto?

Si. Contestaba, intentando averiguar la respuesta que menos doliera.

¿Me quieres? Esta última pregunta me sorprendió.

Si; te quiero. Y de no ser por ella, me hubiera gustado compartir mi vida contigo (además de ser verdad, lo dije con la esperanza de mitigar su dolor).

Bueno; no me importa ser tu amante, pero por favor,  no me dejes. Me lo dijo suplicante, mientras me abrazaba, con los ojos llenos de lágrimas. Me desgarró el corazón su ofrecimiento.

Esther, no puedo hacerte esto; no sería justo. Lamento el daño que te he hecho; pero lo mejor que puedo hacer es dejarte libre. Eres muy joven aún, y podrás enamorarte de alguien que te merezca, y que pueda darte todo su amor,... y su vida; y no sólo las migajas que yo podría dejarte.

Me da igual, yo te quiero a ti, y me conformaré con el tiempo que puedas dedicarme, pero por favor, no me apartes de tu vida.

Yo me puse a llorar también, y hubiese querido aceptar su ofrecimiento; pero sabía que no era justo,... ni bueno para ella; así que no cedí.

Lo siento en el alma;  quisiera evitarte el daño que te estoy haciendo, y si fuera un canalla aceptaría tu proposición;  pero sé que dejarte, es lo mejor que puedo hacerte, y aunque me duela es lo que voy a hacer. Perdóname si puedes, algún día.

Ella salió llorando de mi casa, y de mi vida, anteayer. Ayer, me reuní con mis padres y mis dos hermanas. Mientras comíamos les conté la historia de mi relación con Carmen; que íbamos a casarnos pronto, y que antes se iban a convertir en abuelos y tías respectivamente. Fue una noticia que les hizo muy felices, entre otras cosas porque iba a ser el primer nieto, ya que mis hermanas aún están solteras, y de momento no entra en sus planes formar una familia propia. Después de brindar por la felicidad de todos, y en especial por el bebé que estaba en camino, estuvimos mirando los reportajes que salían en las revistas del corazón, que yo había comprado para enseñarles. Mi madre superó pronto el inicial reparo que para ella suponía el hecho de que Carmen estuviera casada con otro hombre. Debo decir que a ello ayudó mucho la insistencia de mis hermanas en que esto no importaba, que lo único importante era que nos quisiéramos. Además, (bromeaban mis hermanas, aunque a mi no me hizo ninguna gracia) por si fuera poco, Carmen era poseedora de una fortuna impresionante. Ya empezaba a oscurecer, cuando me marché a mi casa. Negros nubarrones anunciaban la formidable tormenta que pocas horas mas tarde iba a desencadenarse.

Y ahora estoy sólo, desangrándome en mi cama, mientras llega la muerte. Carmen me esperará en vano en Suiza. Es curioso, pero de haberlo sabido, podía haberle evitado el disgusto a Esther. ¿Que le habría hecho menos daño?; ¿la muerte de su amado, o el haberla abandonado? Estoy convencido, que ella no ha tenido nada que ver. Tengo la absoluta certeza, de que el causante de mi muerte, es el marido de Carmen. La muerte que me llegará de un momento a otro,... a no ser que....La idea acude de pronto a mi mente. ¿Y si pudiera salir de mi cuerpo?; ¿podría entrar, y seguir viviendo en otro? No tengo nada que perder, ni me queda apenas tiempo. De modo que en un último y desesperado esfuerzo, intento salir para aferrarme a la vida, y lo consigo. Ya fuera, miro por última vez mi cuerpo. Está bañado en sangre, e intuyo que acabo de "fallecer". Este pensamiento hace que me pregunte, ¿quién me encontrará?, y ¿cuando? Aunque estas preguntas pueden esperar; ahora lo más urgente, es encontrar un nuevo cuerpo en el que continuar viviendo, si es posible. Salgo del dormitorio, y me quedo en el estudio, donde entre los cuadros medito en lo que debo hacer a continuación. ¿Podré entrar en otro cuerpo?, y en caso afirmativo ¿lo compartiré con el otro "espíritu", o al entrar yo, tendré que expulsarlo? Si lo logro, no sabré nada del otro, así que tendré que fingir amnesia. Pero ¿a quién? Puestos a elegir debería buscar un tío joven, rico, y sano. Tampoco estaría de más que fuera "guaperas". Intuyo que no tengo demasiado tiempo para buscar, y la conciencia me dice que no debería cometer un probable crimen ¿de que otro modo puedo llamar a lo que intento hacer? Aunque estoy resuelto a seguir vivo,... como sea. Por suerte, encuentro una solución que satisface igual a mi conciencia, y a mi instinto de supervivencia. Si puedo encontrar a alguien que esté en coma quizá pueda entrar en él con facilidad, y hacer que vuelva a la vida. Tal vez el coma se produce porque el espíritu abandona el cuerpo. Hay demasiados interrogantes, pero la única forma de averiguar las respuestas, es intentarlo. Así que sin más pérdida de tiempo, me dirijo al Hospital Clínico, con la esperanza de encontrar otro cuerpo. Son casi las seis de la mañana; apenas han transcurrido cuatro horas desde que me han disparado. En el Clínico ya empieza a haber un intenso movimiento de personal. Siguiendo las indicaciones de los carteles anunciadores, llego a la Unidad de Cuidados Intensivos, y recorro las diferentes estancias en busca del cuerpo más "apropiado". Me producen una terrible impresión los cuerpos conectados al "pulmón artificial", cubiertos de tubos (sondas naso-gástricas, uretrales), catéteres endovenosos, drenajes de tórax, medidores de tensión arterial, y cables transmisores de señales electro-encefálicas y del músculo cardíaco. Entre los pacientes hay un hombre joven de unos veintitantos años, que considero el más adecuado; pero ¿quién será? Me gustaría ver su historial, saber algunas cosas de él; pero sé que esto es algo totalmente imposible en mis circunstancias; así que pese a mis dudas y temores, decido intentar entrar, sin más dilaciones.

Me resulta fácil tomar posesión de mi nuevo cuerpo. No noto la presencia del otro "espíritu", aunque me encuentro raro, y molesto por todos los aparatos conectados. Una vez "dentro", me asalta una nueva duda; ¿obedecerá el cuerpo mis órdenes?, ¿cómo responderá? Es una buena señal el hecho de que me molesten las conexiones. Supongo que esto significa que me he acoplado con éxito. Ahora debo intentar algo más; supongo que en mi situación lo más sencillo será... abrir los ojos. ¡Funciona!, veo el techo de la sala, borrosamente al principio, que se va aclarando paulatinamente. Parpadeo, y los músculos responden; esto me anima a seguir adelante con las pruebas, giro levemente la cabeza, y todo el techo se desplaza. ¡Fantástico!. Sigo sin notar la presencia del "otro". A continuación muevo los dedos de las manos, y noto el roce de los unos con los otros.

Capítulo 11 EL INQUILINO 

Lo he logrado; estoy vivo. Terriblemente agotado pero vivo. Pese al cansancio, no quiero dormirme. Estoy saboreando el éxito de seguir vivo, cuando me sobresalta la cara de una enfermera que aparece en mi campo visual, y se sorprende de verme "despierto". Después del susto inicial intento decirle algo, y oigo una voz extraña decir "hola". Es sin duda mi nueva voz; y la sorprendida A.T.S. contesta a su vez con un ¿que tal?, que suena entre amable, y profesional. A continuación llama a un tal Doctor Farré, y vuelve a dirigirme la mirada.

¿Cómo te encuentras Isaac? Antes de responder, recuerdo que debo fingir amnesia.

¿Isaac? Pregunto sorprendido a la enfermera. La pregunta queda sin respuesta porque antes de que pueda responderme, aparece un médico que supongo debe ser el Dr. Farré.

Hola Isaac. Vaya, parece que al fin has decidido despertarte.

¿Porque me llama Isaac?, ¿es mi nombre?, ¿donde estoy?

¿No sabes como te llamas?, ¿no recuerdas nada?

Después de tomarme unos segundos, esforzándome por parecer desorientado, le contesto que no.

Por un momento, el doctor parece perplejo; pero enseguida reacciona.

Bueno, esto ya lo veremos más tarde. Vamos a realizar una serie de pruebas, a ver si te podemos desconectar todos estos aparatos.

Las horas siguientes son de un ajetreo impresionante; varios médicos, y enfermeras están dedicados exclusivamente a la tarea de analizar el estado de mi nuevo cuerpo, al parecer sorprendidos pero satisfechos de que haya salido del coma, aunque preocupados por la pérdida de la memoria, que no se explican; máxime, cuando todo parece estar perfectamente, tanto a nivel visual, como de resultados de los análisis y  electroencefalogramas que me han hecho.

Cuando terminan con las pruebas, me trasladan a la sala de traumatología, por lo que deduzco que el llamado Isaac, debió quedarse en coma a causa de un accidente o un golpe. Por el camino, el camillero me felicita por la recuperación, y me comenta que los médicos habían decidido hacía varias semanas, desconectarme de las máquinas que me mantenían con vida, porque no creían que pudiera recuperarme, y que sólo la terquedad e influencia de mi madre, lo había impedido. También me cuenta que sin lugar a dudas, hoy se llevará una inmensa alegría cuando acuda a verme, como cada día, desde que hace aproximadamente seis meses sufriera el accidente de moto que a punto estuvo de costarme la vida. Una vez instalado en la cama, aprovecho para dormir y recuperarme del último viaje, y el ajetreo al que me han sometido durante toda la mañana con los análisis, y pruebas que me han efectuado. Ya bien entrada la tarde, me despierta un médico.

Hola Isaac; ¿cómo te encuentras?, ¿aún no has dormido bastante? Abro los ojos, y mientras le contesto que estoy bien, descubro, a su espalda, una mujer de unos cincuenta años, con los ojos enrojecidos por las lágrimas, pero aparentemente feliz. A su lado hay un hombre que debe tener  aproximadamente su misma edad, mucho más sereno. Supongo que deben ser mis nuevos "padres". Enseguida, la emocionada mujer se abalanza sobre mi, y me llena de besos, y de lágrimas que manan  de sus ojos como un torrente, mientras con voz entrecortada por el llanto, logra musitar algunas palabras, que a duras penas logro entender.

¡Gracias Dios mío!, sabía que te recuperarías. ¿Estás bien hijo mío?

Si; un poco confuso, pero no puedo recordar nada. ¿Eres mi madre?

El llanto de la mujer arrecia, pero enseguida se sobrepone.

Si, soy tu madre. ¿No me reconoces? Pero no importa; ya te repondrás del todo. Lo importante es que ya has salido del coma; el doctor dice que estás muy bien, y que en cuanto recuperes la memoria no quedará ni rastro del accidente.

A continuación me dirijo al hombre que ha quedado en segundo plano:

¿Eres mi padre?

El hombre y mi "madre" se dirigen una mirada en la que puedo observar por un momento la turbación que experimentan; pero enseguida el hombre me dice:

No; no soy tu padre, soy el socio de tu madre, y amigo de la familia.

En aquel momento interviene el médico.

Bueno, por hoy ya está bien de emociones, debemos dejar que Isaac se recupere. Mañana podrán estar con él un poco más, ahora dejémosle descansar.

Una vez dicho esto se lleva a los dos visitantes, no sin que antes mi "madre" me vuelva a besar y a llenarme de lágrimas, que enjuga amorosamente mientras se despide hasta mañana. Apenas se marchan decido planear la estrategia a seguir de ahora en adelante, y pese a que me siento extremadamente débil y con ganas de dormir, me obligo a permanecer despierto hasta no encontrar un plan de actuación satisfactorio. No sé cuanto tiempo transcurre hasta que vencido por el cansancio, decido seguir con la representación de la pérdida de la memoria, y esperar acontecimientos. Sin embargo antes de dormirme, no puedo evitar un recuerdo de mi vida anterior; ¿habrán encontrado el cadáver?, ¿cómo reaccionará mi familia?, ¿cuando se enterará Carmen?, ¿le causará la noticia de mi muerte, algún problema en el parto?

Por la mañana me despierta el ajetreo del personal sanitario y me encuentro mucho mejor; lo suficiente para reclamar alimento sólido, y preguntarle al médico que me atiende, cuando podré abandonar el hospital. Me responde que pronto, pero aún deberán realizarme algunas pruebas, y pasar algunos días en observación. A continuación, da órdenes a la enfermera para que me quiten las sondas, y me den alimentos sólidos. Al poco rato acude un fisioterapeuta que me da un masaje, y con cuya ayuda me incorporo y doy los primeros pasos con mis nuevas piernas. Mi cuerpo responde estupendamente. A partir de ahora ya puedo levantarme y pasear por la habitación y los pasillos. A media mañana llega mi "madre" con el semblante resplandeciente. Me trae el periódico y varias revistas. Cojo el periódico, procurando aparentar indiferencia, aunque busco en las páginas de sucesos, noticias sobre mi asesinato. Al no encontrarlas deduzco que aún no han descubierto el cadáver. No me extraña que tarden en preocuparse por mí; mis padres ya están acostumbrados a pasar varios días sin noticias mías. También me entrega varias monedas de cien pesetas, para que pueda ver la televisión. Me pregunta por mi memoria; si recuerdo algo.

Mira madre, sé que esto son diez monedas de cien pesetas; también entiendo las palabras, o sea que sé leer; también sumar restar etc... Tengo noción del tiempo; sé que estoy en una cama en un hospital, y que la gente vive en casas o pisos, en ciudades. Supongo que vivo en Barcelona, pero no recuerdo como es mi casa, si es que tengo casa. Recuerdo lo que me pasó ayer desde que me desperté, pero nada absolutamente de lo que he hecho antes de eso. Sé que tengo dos apellidos, pero soy incapaz de recordarlos. Sé lo que es una madre, y los parentescos, pero no sé si tengo parientes o amigos. Estoy muy confuso.

Hijo, te llamas Isaac Torres Ferrer; vivimos en un piso, en Pedralbes; los fines de semana acostumbramos a pasarlos en el chalet de la  Costa Brava, en Roses. Tenemos un taller de construcción de maquinaria, que montó tu padre, que en paz descanse, hace treinta años, con su socio Pedro Núñez, que es el hombre que vino ayer. Tú trabajabas allí desde que acabaste la carrera de Ingeniería. ¿No recuerdas nada de eso?

Lo siento madre, pero no recuerdo nada.

Bueno, no importa; tú recupérate pronto, y no te preocupes; el doctor ha dicho que a medida que vuelvas a hacer una vida normal, ya irás recuperando la memoria. Aquí te dejo unas revistas para que te entretengas; esta tarde vendré con Laura y María, dos chicas del taller que se alegraron mucho cuando les dije que te habías recuperado, y tienen muchas ganas de volver a verte.

Después de comer, decido llamar a casa de mis auténticos padres, para informarles de "mi" muerte. Se me hace difícil darles la terrible noticia. Doy un paseo por los pasillos, y me paro ante un teléfono, descuelgo, introduzco la moneda, y marco el número. Lo coge mi hermana.

Llamo para avisarle de que su hermano está muerto en su casa. Avise a la policía.

A continuación, y sin esperar la reacción, cuelgo. Lamentando el daño, que sin duda le he causado, vuelvo a la cama. El breve paseo de ida y vuelta al teléfono me ha agotado y mareado totalmente. La recuperación cuesta más de lo que esperaba. A media tarde, tal como me ha prometido, acude mi nueva madre con las dos chicas. Calculo que las dos estarán por los veinticinco años, y son bastante guapas. La más coqueta y atrevida, va con un vestido bastante ajustado que muestra claramente sus encantos. Apenas entra se me echa encima y me da un par de besos en ambas mejillas con demasiada afectación para mi gusto, incluso se le escapa alguna lagrimita de emoción, que me parece una pizca teatral.

No te puedes imaginar la alegría que me ha dado tu madre cuando me ha comunicado la noticia de que has salido del coma. ¿No te acuerdas de mí?; soy Laura.

Lo siento; no recuerdo nada, aunque los médicos que me atienden dicen que poco a poco iré recuperando la memoria.

A continuación la segunda, que debe ser María, y que parece más tímida y discreta, aunque incluso es más hermosa, se acerca también, y también me da un par de besos.

Hola Isaac, soy María, me alegro de que te estés recuperando. Su voz suena sincera.

Gracias, María; yo también me alegro de que hayas venido, aunque no te recuerde. Saber que hay chicas tan guapas en el taller, hará que me esfuerce en volver cuanto antes al trabajo.

Mira este don Juan; interviene Laura; apenas se ha despertado, y ya vuelve a las andadas. Ahora estoy convencida que te vas a recuperar enseguida.

Para eso os he traído, dice mi "madre"; a ver si se anima, y vuelve pronto a la normalidad.

Te aseguro que, con Laura y María has encontrado la mejor receta, y por mi parte pondré todo mi empeño en que sea lo antes posible.

Te hemos traído unas revistas para que te entretengas.

La tarde transcurre agradablemente en compañía de las tres mujeres, pese a que no puedo apartar de mi mente el mal trago que debe estar pasando mi auténtica familia. Quizás aliviaría su dolor, si les explicara la situación. Como que aún me tendrán unos días más en el hospital, tendré tiempo para decidir, si es lo más adecuado. Por la noche enciendo el televisor, para ver si dan noticias, y efectivamente, un locutor comunica que la policía ha informado que se ha encontrado el cuerpo sin vida del pintor Antonio Riera en su domicilio de la ciudad condal; al parecer asesinado. También comenta la relación del fallecido con Carmen Prada, que sigue en paradero desconocido. Al día siguiente el doctor Farré me comunica que, de no surgir complicaciones, me darán de alta en tres o cuatro días. Más tarde, con mi "madre" empezamos a hacer planes para cuando salga del hospital. Ella me acompañará a los lugares donde he vivido, con la esperanza de que al contacto con ellos, recupere la memoria.

En el informativo del mediodía, confirman que Antonio Riera ha sido asesinado, y ofrecen un reportaje sobre las exposiciones, y varias fotografías con Carmen. Al parecer, la policía no tiene ninguna pista que pueda conducirles al asesino, ya que no han encontrado ni huellas, ni motivos; también parece descartado el móvil del robo, puesto que el criminal no se ha llevado nada del domicilio. Aunque prosiguen las investigaciones, para averiguar la identidad del autor de la llamada a la hermana del pintor que permitió descubrir el cadáver. También comunican que el funeral se celebrará mañana. Por la tarde, mi "madre" trae consigo varios álbumes de fotografías. Empiezan con mi "nacimiento" el 22 de marzo del 63, (así que he rejuvenecido diez años; ahora sólo tengo 25 en lugar de los 35 de mi anterior cuerpo), y terminan al fallecer mi "padre" hace 3 años, en accidente de tráfico. Además de explicarme la vida familiar, también me comunica la situación en el taller; Pedro Núñez es el gerente; Laura es su secretaria, y telefonista; María es la responsable de contabilidad y personal; hay tres proyectistas, y dieciocho mecánicos, entre fresadores, torneros, ajustadores, montadores, soldadores, y aprendices.

Y yo ¿qué hacía en el taller?

Cuando acabaste la carrera empezaste como proyectista, y también ayudabas a María con la contabilidad, y a veces trabajabas en el taller, para que lo conocieras todo, y cuando Pedro decida jubilarse, pudieras hacerte cargo de la dirección.

¿Qué edad tiene María? Parece muy joven para tener un puesto de tanta responsabilidad.

María tiene 23 años, pero es muy inteligente y responsable, hizo la carrera de económicas, con unas notas excepcionales.

Pues es una joya, porque además es muy hermosa, y parece buena chica.

Vaya; me alegro de que hayas descubierto sus cualidades, a ver si sales con ella en lugar de Laura.

¿Yo salía con Laura?

Habías salido con ella dos o tres veces, un poco antes del accidente, pese a que yo insistía en que María me parecía mucho mejor chica; Laura me parece demasiado ligera.

Bueno, tal vez  por eso salí con ella; que pena no recordarlo; pero no te preocupes; María me gusta mucho más, al menos ahora.

Bueno sinvergüenza, ya va siendo hora de que sientes la cabeza, y pienses en formar una familia con una buena chica. Tengo ganas de ser abuela.

Por lo que me has contado parece que he sido un chico ejemplar. He cursado estudios, y me he puesto a trabajar en el taller familiar; o sea que me parece injusto que me llames sinvergüenza.

No tengo ningún motivo de queja, eres un hijo ejemplar; si te he llamado sinvergüenza ha sido cariñosamente, porque ya me es imposible contar la cantidad de chicas con las que has salido.

Vaya, así que ¿tengo éxito con las chicas?

Demasiado para mi gusto. Yo preferiría que sentaras la cabeza y te casaras con una buena chica;... y María me parece estupenda.

A mi también me lo parece, mamá; en cuanto salga del hospital me pondré manos a la obra.

¿Porqué esperar?; le diré que venga a verte.

Por favor "madre", no corras tanto; quizás a ella no le guste tu idea; además si sabe que salía con Laura, quizás no quiera salir conmigo.

Tú no te preocupes por eso, yo sé que a ella le gustas, y le dolió que salieras con ese pendón. O sea que seguro que viene encantada, si le digo que me has pedido que le diga que venga a verte.

¿Cómo sabes eso? ¿No estarás confundiendo la realidad con los deseos?

Mira hijo, yo también trabajo a ratos en el taller como secretaria; María y yo  nos llevamos muy bien; además, las mujeres nos damos cuenta de cosas que los hombres sois incapaces de ver. Le diré que mañana venga a verte por la tarde para hacerte compañía, que yo tengo que ir de compras; así estaréis solos.

Menuda liante estás hecha.

Ya ves lo que tenemos que hacer las madres para que los hijos sentéis la cabeza. Bueno hasta mañana hijo. Pórtate bien.

Capítulo 12 EL FUNERAL

Esta noche no puedo dormir bien; quiero asistir al funeral, y no sé si con mi nuevo cuerpo podré viajar astralmente; además supongo que existe el riesgo de volver a caer en coma. Creo que es muy pronto para "viajar", pero la curiosidad puede más que la prudencia, y decido intentarlo. Media hora antes de dar comienzo el funeral, salgo de mi nuevo cuerpo para ver quien asistirá a mi entierro. Mi primer temor se desvanece, ya que no he tenido ningún problema para "salir". Me produce una extraña sensación pensar que probablemente sea el único ser, que pueda asistir vivo, (aunque sólo sea el "espíritu") a su propio funeral, y pese al riesgo que supongo corre mi nuevo cuerpo, la curiosidad puede más, y acudo a la capilla donde se celebra el acto religioso. Mis padres y mis dos hermanas ya están allí, así como varios familiares más. A medida que se acerca la hora van llegando más parientes, compañeros del equipo de fútbol, mi antiguo jefe del taller de reparación de coches, y el director de la galería donde expuse por primera vez. Todos ellos dan el pésame a mis padres y hermanas, que están desolados. Cómo me gustaría decirles que sigo vivo en otro cuerpo, para aliviarles el dolor. Pero es algo imposible en mi estado, y probablemente tampoco sea acertado decírselo cuando me den el alta en el hospital; aunque ya tendré tiempo para pensarlo. Después de dar el pésame, se agrupan en los diferentes corrillos que se han formado, y comentan lo que han leído sobre la paternidad del futuro hijo de Carmen, que mi madre y hermanas han confirmado a los más allegados, o a cualquiera no tan próximo, que haya tenido el atrevimiento de preguntarles; lamentando que haya sido asesinado, precisamente ahora, que las cosas me iban tan bien; y ante mí se abría un futuro tan prometedor. Abriéndose paso entre los diversos grupos, Esther, con los ojos enrojecidos, se dirige a mi madre y le da el pésame. A continuación se acerca al féretro. La visión del cadáver hace brotar nuevas lágrimas en sus hermosos ojos, y por su expresión comprendo que no me guarda rencor por el daño que le he hecho. De pronto, ante mi sorpresa, aparece Carmen. Detrás de ella han quedado cinco guardaespaldas, que han impedido el paso a un grupo de fotógrafos que han visto recompensada su intuición, y la estaban esperando a la entrada del tanatorio, aunque sólo han conseguido fotografiarla en el breve trayecto que va desde el coche a la puerta. Va apoyada en una mujer, que por su aspecto e idioma, diría es una enfermera de la clínica suiza donde está instalada; andando con la torpeza habitual en una embarazada que está a pocos días de dar a luz. Todos los presentes, sabedores de la noticia, se apartan respetuosamente. Al llegar junto a mi madre, las dos mujeres se funden en un abrazo, mientras arrecian los llantos; también saluda a mi padre y mis hermanas, que tras los pésames de rigor le ceden un asiento y le preguntan por su estado. La conversación queda interrumpida por la llegada de los empleados del centro, que se llevan el féretro con mi antiguo cuerpo hacia la capilla, hacia donde se dirige el séquito. Carmen y Esther se cruzan. Las dos mujeres se miran en silencio, sin dirigirse la palabra. Carmen que no sabe nada de Esther, no puede intuir como yo, en esa mirada, una mezcla de celos, y extraña solidaridad, por la pérdida del amado. Por un momento, parece que Esther vaya a decirle algo, pero mordiéndose los labios, se aparta de ella, y se pierde entre el numeroso séquito. Una vez concluida la ceremonia, la comitiva de coches se dirige al cementerio, no sin haber sufrido, el inconveniente de las carreras de los fotógrafos y reporteros que acosan a Carmen a la salida de la capilla; acoso mitigado merced al trabajo de varios guardaespaldas, que demuestran conocer su oficio, y tener pocos miramientos con los hombres de los micros. Gracias a ellos, pese a que los fotógrafos logran su objetivo a distancia, ningún micrófono logra acercarse a menos de cinco metros de Carmen.

En este momento decido volver a mi nuevo cuerpo, ya satisfecha mi curiosidad, e inquieto por lo que le pueda haber sucedido. Por suerte no ha pasado nada, y puedo volver al mismo, sin ninguna dificultad. Para el personal del hospital, he estado durmiendo plácidamente, y sin ningún inconveniente, ni alteración de mis constantes vitales.

 

Capítulo 13 MARIA

Por la tarde, tal como ha planeado mi "madre" recibo la agradable visita de María. Poco a poco, a medida que transcurre la charla, su timidez inicial se desvanece. Que fácil me resulta enamorarme de ella. Probablemente deba hacerme analizar por un psicólogo. ¿Soy demasiado enamoradizo?; ¿he tenido la fortuna de encontrarme con las mujeres más maravillosas que existen? A pesar de que, sin ningún género de dudas amo a Carmen más que a nadie ni nada en la vida, ello no excluye que también ame a Esther, y me esté enamorando de María. Sé que no está bien, pero  ¿qué puedo hacer? Dicen que el corazón tiene razones que la razón no entiende. El mismo día en que el doctor Farré me comunica que mañana me darán el alta y podré irme a casa, mi "madre" aparece con tres revistas del corazón cuya principal noticia es la reaparición de Carmen en mi funeral, a punto de dar a luz; hecho que en opinión de las citadas revistas, confirma que el difunto pintor es el padre de la criatura que está a punto de nacer. Me duele profundamente, el sufrimiento de Carmen; y decido revelarle mi nueva situación lo antes posible. Porque aunque esté en otro cuerpo, yo sigo siendo Antonio Riera.

Por fin salgo del hospital. Mi nueva "madre" me lleva a casa. De momento no me deja coger el coche. Allí compruebo la buena situación económica de Isaac Torres. Inspecciono mi nueva habitación; debo reconocer que tenía gusto para la ropa. Musicalmente no tenemos los mismos gustos, aunque tampoco me desagrada su colección de discos. Lo que si me desagrada son los cuadros que cuelgan de las paredes. Después de comer aparece María; lo que supone una sorpresa para mí, aunque no para mi "madre", que le ha pedido que me acompañe al taller. Durante el trayecto, me explica que la empresa funciona muy bien, que los empleados son competentes y están satisfechos del trato que reciben, y que todos se alegraron al recibir la noticia de mi recuperación.

¿Y tú?, ¿también te alegraste?

Claro, ya te lo dije en la clínica.

¿Pero te alegraste mucho?

Si, me alegré mucho... sobre todo por tu madre, que lo pasó muy mal.

¡Vaya!, ¿y por mi no?

Supongo que por ti, se alegró más Laura.

Esto es un golpe bajo, aunque quizás me lo tuviera merecido. ¿Me dejarás que intente arreglar la situación?

Me lo pensaré; dice María mientras me dirige una sonrisa que intuyo cargada de promesas. Ya estamos llegando.

El taller es grande, limpio y ordenado. Cerca de la puerta hay cinco máquinas en montaje, en diferentes grados de acabado, en las que están trabajando algunos montadores, a los que nos acercamos. María nos presenta, pese a que, por las muestras de afecto que me dan, deduzco que teníamos una buena relación antes del accidente. Me disculpo con ellos por no recordarles, y ellos me desean una pronta recuperación. En el centro del taller hay seis bancos de trabajo donde otros operarios están montando unos útiles pequeños y algunos conjuntos, que supongo posteriormente incorporarán a las máquinas que están montando. A lo largo de la pared de la izquierda están tres fresadoras, dos tornos y cuatro taladros. De uno en uno voy saludando a los “desconocidos”, que me muestran su afecto. Al fondo del taller, aislado del polvo y las vibraciones, está el departamento de verificación, a cuyo personal, que viste unas inmaculadas batas blancas también saludamos, y donde se reproducen las muestras de afecto. Al salir del mismo subimos por unas escaleras hasta las oficinas; en uno de los despachos hay tres ordenadores de dibujo y un plotter, y seis mesas de dibujo tradicional; cuatro de ellas ocupadas. Saludo a los proyectistas, con los cuales supongo debía tener más relación, dado que bromean sobre la duración de mis "vacaciones", y me invitan a sentarme en mi mesa y trabajar un poco. María me acompaña a su despacho donde además de su mesa hay  otra que según me comenta utilizamos a ratos yo y otros mi "madre" cuando va a ayudarla en tareas administrativas. Por último nos dirigimos al despacho de Pedro Núñez, el gerente, en cuya antesala está Laura en la centralita telefónica. Laura me saluda muy efusivamente. Su calurosa bienvenida, provoca los celos de María, en cuya mirada descubro un leve reproche. El despacho de Pedro, está amueblado austera y funcionalmente. Nos saluda muy cordialmente, me recomienda que no intente forzar la recuperación, y que me tome todo el tiempo que necesite; se pone a mi entera disposición para lo que haga falta, y parece sincero; quizás sean manías mías, pero pese a su amabilidad, hay algo en él que no me gusta, y a decir verdad, no sé porqué. Una vez terminada la visita, María me propone llevarme a casa.

Preferiría una cena contigo en un lugar íntimo y romántico. Ya sabes, debo recuperar la memoria, y para ello necesito preguntarte muchas cosas.

Creo que en ese caso deberías invitar a Laura, habías salido con ella varias veces antes del accidente. Sus palabras suenan  a rechazo, pero su mirada me dice que acepta, solo que pretende hacerme pagar, aunque no demasiado caro, el que "antes" hubiera  salido con Laura.

Bueno, no sé si el accidente habrá servido para algo bueno, pero la verdad es que tú me gustas mucho más. ¿Aceptas?

De acuerdo, pero sólo por no desairar a un "enfermo".

¿Solo por caridad?, ¿no te apetece ni una pizca salir conmigo?

Está bien, reconozco que siento un poco de curiosidad. Eres el primero que conozco, que haya perdido la memoria. La aparente dureza de sus palabras, queda diluida por la maravillosa sonrisa que ilumina su rostro. La velada resulta fantástica; María, además de hermosa es alegre, sensible, inteligente,... y está enamorada de mi, (en realidad de Isaac) en cuyo cuerpo estoy metido ahora. Sería muy fácil enamorarme de ella, pero no quiero hacerle daño, y mis planes son volver con Carmen, de una u otra forma. Así que para decepción de María, la velada acaba sólo con un amistoso beso en las mejillas.

En los días siguientes me dedico a recorrer Barcelona, y a mirar todos los álbumes fotográficos, y cintas de video familiares. Lamentablemente, Isaac no podrá recuperar la memoria, porque yo no estudié Ingeniería, y no tengo los conocimientos necesarios para proyectar máquinas, como hacía él. También vuelvo a salir con María, que empieza a preocuparse porque se da cuenta de que me gusta, y no comprende mi falta de interés sexual por ella. Si supiera cuanto me cuesta contener mis deseos. A finales de Mayo, María toma la iniciativa, y yo dejo de resistirme a sus encantos. Pese a haber intentado no complicarme de nuevo sentimentalmente, el deseo es más fuerte que mi decisión. Pasamos todo un fin de semana, en el chalet de Roses, haciendo el amor; abandonando el lecho sólo dos veces para comer. Tal vez por ello, como si de un castigo divino se tratara, las revistas del corazón publican a la semana siguiente, las imágenes de Carmen, después del alumbramiento de nuestro hijo,... y su marido, con quien dicen se ha reconciliado. La noticia me deja hundido. Mi esperanza de volver con Carmen se desvanece; y yo no sé que hacer con mi nuevo cuerpo. Debí haber elegido el de alguien sin lazos, así ahora sería libre, y no tendría que pasarme el día fingiendo. A veces siento deseos de abandonar a mi nueva familia, pero me impide hacerlo, el pensar en el daño que les haría a mi "madre" y a María. Sin embargo estoy desesperado. Nada en el mundo puede hacer que deje de amar a Carmen. Ni siquiera el hecho de que haya vuelto con su marido.

Capítulo 14 PIERDO A CARMEN

Varias semanas después, aún no he sido capaz de tomar una decisión, y sigo dedicándome a holgazanear y pasear, intentando en vano aclarar mis ideas, y serenar mi ánimo. Durante uno de dichos paseos, me encuentro frente a la Galería del Surrealismo, la sala de exposiciones, en la que expuse por primera vez. Están preparando la inauguración de una  exposición. ¡Son mis cuadros los que están colgando en las paredes de la sala! Me dirijo al interior, cuando aparece el Sr. Miguel Soler, el director, que me avisa que está cerrada, invitándome amablemente a abandonar el local.

Lo siento, pero es que yo era amigo personal de Antonio Riera, y al ver que eran sus cuadros, no he podido resistir la tentación de pasar. Quizás sea la última vez que los vea. ¿Me permite ver uno que tituló Maternidad?; es un retrato de Carmen Prada embarazada, y para mi es lo mejor que hizo. Se nota el amor que sentía por ella.

Disculpe; ya veo que era usted amigo personal de Antonio. De otra manera no sabría lo del cuadro. Puede pasar y ver lo que quiera,... salvo el cuadro que dice, porque la familia de Antonio, que son los propietarios de su obra se lo regalaron a la Sra. Carmen.

Antonio lo habría querido así también. ¿Inauguran esta tarde?

Si, a las seis. ¿De que conocía a Antonio?, no tenia muchos amigos; al menos lo suficiente, como para saber lo del cuadro.

Bueno, yo lo conocí cuando mis padres me compraron mi primer coche. Era un viejo R-5 de segunda mano que él puso a punto poco antes de que abandonara el taller, y se dedicara a pintar profesionalmente. Me explicó un poco como cuidar el coche, y por casualidad descubrí que pintaba, y me invitó a ver sus cuadros; incluso me dio algunos consejos, porque a mí también me gusta pintar, aunque sólo como hobby. Desde entonces nos veíamos de vez en cuando, y manteníamos una buena amistad.

La historia que me acabo de inventar, parece convencer al Sr. Miguel; y me da una invitación para poder asistir a la inauguración; a la que según me dice, también asistirá Carmen. Salgo de la galería, nervioso en grado sumo. Me enfado con el reloj que parece burlarse de mí, retrasando su lento avance, y el momento del encuentro con Carmen. A la hora anunciada, me presento en la sala, a cuyas puertas montan guardia un puñado de fotógrafos. Poco a poco van llegando invitados. Mientras paseo, observando mis últimos cuadros, me rompo la cabeza pensando cómo abordar a Carmen, y conversar con ella. Necesito saber porqué ha vuelto con su marido, y si me quiere todavía; y sobre todo si es posible que vuelva a amarme,...en otro cuerpo. Aparecen mis hermanas, Mª Dolores y Mayte, que enseguida son atendidas por el director de la sala. Tan pronto tengo oportunidad, me presento a ellas, dándoles el pésame, repitiéndoles la historia de mi amistad con su hermano, lamentando no haber podido asistir a su funeral por encontrarme  hospitalizado en aquellos días. Por fin, el movimiento de la entrada y los flashes de los fotógrafos, anuncian la llegada de Carmen. De pronto la veo entre la multitud. Avanza con la altivez de una reina, saludando a todo aquel que le tiende la mano; se muestra amable con todo el mundo, pero la noto ausente; como si su mente no estuviera aquí. Está aún más hermosa de lo que la recordaba; la maternidad le sienta de maravilla. Aprovechando que está hablando con el Sr. Miguel Soler, (el director de la Sala), me decido a abordarla, aunque no sé qué decirle.

Sra. Carmen, soy Isaac Torres, era amigo de Antonio. El contacto de su mano me produce como una descarga, pero ella se queda indiferente.

Tenía muchos deseos de conocerla. ¡Antonio me hablaba tanto de usted! La quería mucho.

Gracias, es usted muy amable. La frialdad con la que me habla, me deja cortado, sin saber que decir, y ella aprovecha mi indecisión para alejarse, e ir a saludar a Mayte, (mi hermana pequeña). Con una cierta envidia observo como la frialdad que Carmen me ha demostrado, desaparece para dar paso a un tierno afecto, con el que habla a mi hermana. No me queda la menor duda; ella amaba a Antonio, pero para ella, Antonio ha muerto. Abandono la Galería del Surrealismo con el corazón destrozado. Toda la ilusión que había puesto en este encuentro, se ha transformado en decepción, y vuelvo a casa abatido y con un terrible dolor de cabeza. Me siento en el sillón y enciendo la tele con la ilusión de olvidarme de todo, pero no consigo enfocar la visión; así que después de tomarme una aspirina, me acuesto con la esperanza de dormirme, y comprobar al despertar que todo ha sido una pesadilla y que Carmen está a mi lado.

Vana esperanza la mía. Después de una noche de sobresaltos y mareos, el amanecer trae consigo un terrible dolor de cabeza, tan intenso que decido volver al hospital. Allí, el doctor Farré, después de un breve análisis de la situación, decide volver a ingresarme, para hacer más pruebas. No quiere sacar conclusiones, ni hacer un diagnóstico hasta estar seguro, pero la intuición me dice que algo grave está ocurriendo. Por desgracia para mí, los escáneres confirman mis temores. Después de hablar con mi "madre", el doctor Farré me anuncia que tengo un tumor cerebral, cuya ubicación hace imposible la extirpación. El golpe es más fuerte para mi "madre" y María, que para mí; pues confío en poder encontrar otro cuerpo, que me permita seguir viviendo. Me paso quince días en el hospital en observación, al cabo de los cuales, el doctor Farré nos comunica que el tumor tiene una evolución lenta, y me da el alta para que pueda irme a casa. Después de varias conversaciones, logro convencer a mi "madre" de que me deje pasar el resto del verano, sólo, en el chalet de Roses, con la promesa de que la llamaré cada día, y de que cada quince días volveré a Barcelona para seguir la evolución del tumor, y pasar el resto del día con ella.

Capítulo 15 MURIENDO OTRA VEZ

Es el 10 de Agosto de 1988, y la Costa Brava está llena de turistas sedientas de sol y de "amor", y allí me voy con la intención de saciar al mayor número posible de ellas. Nada más llegar, me sumerjo en una vorágine de alcohol y sexo. Me acuesto de madrugada, y me levanto bien entrada la tarde; casi siempre con algo de resaca, y siempre acompañado de ansiosas turistas, deseosas de comprobar el mito del macho ibérico. En alguna ocasión me voy a la cama dos mujeres a la vez. En una de las revistas del corazón, publican un reportaje de Carmen, de vacaciones en Marbella, con nuestro hijo, que ya tiene dos meses y medio. Alain, su marido, se ha quedado en Madrid; lo cual satisface mi ego; aunque también me entristece, pues presumo que Carmen no debe ser feliz. A finales de Agosto, al mediodía, me despierta el sonido del timbre del chalet, y las protestas de dos holandesas, que me acompañan en la cama, y expresan con gruñidos, sus quejas por no poder dormir. Me dirijo a abrir la puerta, con una resaca de consideración, como un zombi, y al abrir, descubro a María fresca como una rosa, y con una sonrisa radiante.

¿Qué haces tú aquí?; es lo primero que se me ocurre.

He venido a hacerte compañía. Dice, mientras me abraza; para separarse al momento con una expresión de repugnancia en su cara.

Apestas a alcohol. Deberás darte un buen baño antes de que te dé un beso. Pero; ¿qué ha pasado aquí?;  esto parece una pocil.... La palabra no llega a salir de su boca, pues enmudece al descubrir en el suelo, la ropa y las prendas íntimas de mis dos "invitadas".  Se vuelve hacia mí, con expresión avergonzada.

¿No estás sólo verdad? Antes de que pueda responderle, se dirige hacia la puerta, con la intención de salir.

Yo la cojo por el brazo.

Lo siento;  no debería haber venido sin avisar.

Por favor no te vayas; ellas no significan nada. Deja que me dé una ducha rápida, y enseguida salgo. Ella accede un poco a regañadientes. Al salir del baño me encuentro una escena divertida; aunque me abstengo de reír, por no herir la susceptibilidad de María. Está sentada en el sofá, observando impertérrita a las dos turbadas holandesas, que se visten apresuradamente, y salen de la estancia sin abrocharse las blusas, ni despedirse siquiera.

Lo siento; le digo apenas nos quedamos solos.

No tienes porqué. No estamos casados, y eres muy libre de acostarte con quien te plazca. Soy yo la que lamenta haberte estropeado el plan.

No tiene importancia, ¿que te parece si nos dejamos de lamentaciones, y nos vamos a dar un baño? Entre la ducha y la presencia de María, me repongo rápidamente de la resaca y los excesos de la noche anterior,...  y de los últimos días. El día es maravilloso, y al llegar a la playa ella ya parece haber olvidado completamente la escena anterior, y su actitud es tan animada y alegre como de costumbre. Después de nadar un rato, volvemos a la playa, a tomar el sol. María, que lleva un bikini que le sienta de maravilla, se quita con toda naturalidad la parte superior, antes de recostar su espalda en la cálida arena; y yo que no puedo apartar los ojos de sus pechos, me pongo a tomar el sol boca abajo, para no quedar en evidencia. Noto en su mirada, que mi situación no le pasa inadvertida, y disfruta de la superioridad, que le da mi turbación.

¿Te molesta que tome el sol así? Dice socarronamente.

Esto me lo pagarás tan pronto volvamos al chalet. María no contesta; me obsequia con una sonrisa, entre retadora y sumisa, cargada de promesas, y cierra los ojos. Yo me acerco, y le doy un cálido beso en la boca, que ella acepta sin abrir los ojos. Después, cogidos de la mano, tomamos el sol en silencio. Al rato me despierto sobresaltado al notar un mordisco en la oreja.

Venga dormilón, que tengo hambre. ¿Donde me llevarás a comer?

Le propongo ir al chalet a ducharnos, para quitarnos la sal, e ir después a comer, y ella acepta. Al llegar, me pregunta si se ducha ella primero o yo. Yo la cojo por la cintura, y le propongo ducharnos a la vez. Sin esperar  respuesta, la beso en la boca mientras mis manos, recorren su espalda y sus nalgas, y ella me rodea el cuello con sus brazos. Nos despojamos de las escasas prendas de ropa que llevamos, mientras nos dirigimos al dormitorio, en cuya cama caemos estrechamente abrazados. Su piel tiene un leve gusto salado, debido al agua del mar, y yo la recorro llenándola de besos. Hacemos el amor, dulcemente al principio, y frenéticamente después, mientras una y otra vez le digo que la quiero, y como si de un eco se tratara, una y otra vez ella me repite que me quiere. Después de darnos una ducha, nos vestimos, y salimos a comer. María está radiante; me ha seducido por completo, y me siento tentado de confesarle mi historia. Cuando estoy con ella, me olvido de Carmen; y soy sincero al decirle que la quiero. Cuando está a mi lado, soy como un actor que se mete tanto en su papel, que deja de ser quién es, para convertirse en el personaje que interpreta. Si no tuviera la certeza de la muerte; ahora que tengo el convencimiento de haber perdido a Carmen, le pediría que fuese mi mujer. Paseamos por Roses, estrechamente abrazados, hablando sólo del presente. Los dos sabemos que para mi no hay futuro; y vivimos intensamente cada palabra, y cada mirada; y nos dejamos el alma en cada caricia, y en cada beso.

Los últimos días de Agosto pasan en un suspiro, en compañía de María. Con la llegada de Septiembre, ella vuelve al trabajo, no sin que antes, le haya arrancado la promesa de que no volverá a verme. No quiero que, por la generosidad del amor, cargue con mi declive, ni vea como el tumor va minando mi salud. Pese a sus protestas y su llanto, dada la firmeza de mi decisión, al final no le queda otro remedio que aceptar. Yo también vuelvo a Barcelona. En el hospital confirman el lento pero inexorable crecimiento del tumor. También lentamente empeora mi estado físico. Cada vez son más fuertes y frecuentes, los dolores de cabeza y los mareos. Sin embargo sigo haciendo "viajes astrales" en busca de un nuevo candidato a "prestarme" su cuerpo. Como la vez anterior funcionó bien; me recorro los hospitales en busca de pacientes en coma.

Capítulo 16 CARMEN DE NUEVO

A primeros de año, leo en un semanario, que Alain Rochard, ha sido ingresado en una famosa clínica madrileña, después de haber montado un descomunal altercado, en un no menos famoso restaurante de la capital. Al parecer, según el citado semanario, no es la primera vez que en los últimos tiempos, el Sr. Rochard protagoniza altercados de este tipo. La causa de dicha actitud es, según ha explicado un miembro del hospital que la revista mantiene en el anonimato por razones obvias, que el Sr. Alain Rochard padece esquizofrenia. La noticia me hace olvidar los dolores, y renace mi esperanza. De pronto, lo veo claro; ocuparé el cuerpo de Alain, y así podré entrar de nuevo en la vida de Carmen. Pasados los primeros momentos de euforia, empiezan a asaltarme las dudas. A Isaac le había abandonado su "alma", y estaba en coma; pero está claro que a Alain no le ha abandonado la suya. ¿Podré echarla, y ocupar su lugar? Y suponiendo que lo consiga; ¿no estaré yo loco? En la siguiente visita al hospital, le pregunto al doctor Farré, si la esquizofrenia se produce por causas físicas o psíquicas. Tengo la esperanza de que si el origen fuera psíquico, y pudiera expulsar el "espíritu" de Alain de su cuerpo, el mal desaparecería, y yo podría volver a conquistar a Carmen, o al menos a intentarlo. La respuesta del doctor, no elimina ninguna de mis numerosas dudas. Según me explica, la esquizofrenia siempre tiene un origen psíquico; pero a pesar de ello, más tarde o más temprano acaba dañando físicamente al cerebro. Pese a las numerosas dudas y a las escasas probabilidades de éxito, decido intentarlo. Si se produjera un milagro y todo saliera bien, el premio sería... Carmen. Al día siguiente, pese a los esfuerzos de mi "madre", por disuadirme, emprendo viaje a Madrid. Al despedirme, en el puente aéreo del aeropuerto del Prat, no puedo dejar de apenarme por aquella buena mujer.  Si todo sale como espero, ella recibirá la noticia de la muerte de su hijo, en un hotel de la capital. Pese a ello, no me siento culpable. Gracias a mi, tuvo unos meses de dicha, al recuperar a un hijo que estaba muerto. Además, aunque me quedara con ella hasta el fin; ¿que puede quedarme de vida? Después de inscribirme en el hotel, y de haberme informado de la dirección del psiquiátrico, en el que está internado Alain; doy instrucciones en conserjería para que no me molesten, y decido realizar un "viaje" para estudiar la situación. No me resulta difícil llegar hasta la clínica. Luce un tibio sol a primera hora de la tarde, y la mayoría de los clientes están paseando por los cuidados jardines. Entre ellos descubro a Alain, acompañado de una enfermera. La fortuna me sonríe, pues al poco rato deciden dar por terminado el paseo, y la enfermera  devuelve al paciente a su habitación, donde lo deja solo. Una vez he averiguado cual es la habitación de Alain, vuelvo al hotel, a descansar antes de intentar el cambio. Quiero hacerlo esta noche, mientras duerma; pues de esta forma supongo que será más fácil coger a su "espíritu" por sorpresa. Intento dormir un poco, pero me resulta imposible; tengo tantas dudas rondando en mi cabeza: ¿Podré entrar en un cuerpo "ocupado"?, ¿podré desalojar al otro, o deberé compartirlo? Y aún en el caso de que salga bien y lo consiga, ¿tendrá ya Alain, dañado el cerebro? ¿Estaré yo loco? Si fuese así, ¿podría salir de su cuerpo? Por un momento estoy a punto de abandonar el intento. Sólo la esperanza de volver con Carmen, por mínimas que sean las posibilidades, me impide desistir. Por fin, a la una de la madrugada, abandono el cuerpo de Isaac, con la intención de no volver, dispuesto a luchar por Carmen hasta el final. Me dirijo de nuevo al hospital psiquiátrico, y voy directamente a la habitación de Alain, donde lo encuentro durmiendo plácidamente. Mis anteriores dudas, se transforman en miedo y desesperación; y una voz interior me dice que es imposible robarle el cuerpo a otro; y que mi intento es inútil,... y peligroso para mí. Haciendo un gran esfuerzo, consigo serenarme, al menos en parte; y dispuesto a lograr mi objetivo, o a pagar las consecuencias si fracaso; me lanzo sobre el dormido Alain.

Un choque brutal se produce; noto un inmenso estallido, y una descarga de corriente. A continuación, la lucha. Es un forcejeo entre dos fluidos que no pueden mezclarse, luchando cada uno por sacar al otro de una vasija en la que sólo hay sitio para uno. En medio del forcejeo noto en su mente una pregunta:

¿Quien eres?

Soy Antonio Riera.

No puede ser. Tú estás muerto. Yo hice que te mataran.

Esta confesión, enciende mi ira y redoblo mis esfuerzos por echarlo de su propio cuerpo. De pronto,... nada. Yo estoy "dentro", ¿y Alain? ¿Está también aquí? De pronto, otro estallido, y una nueva descarga; pero el forcejeo es leve. No me es difícil rechazar el ataque. ¡Alain está "fuera”!. Intenta entrar una y otra vez, pero cada vez consigo rechazarlo; como si él fuera una pelota de frontón, y yo la pared. Al cabo de un buen rato de lucha, noto cómo los ataques de Alain, son ostensiblemente más débiles, y espaciados. Por fin, al cabo de aproximadamente 3 horas de lucha, mi rival parece darse por vencido, y abandona sus infructuosos esfuerzos por recuperar su cuerpo. Tal vez he vencido gracias a la práctica adquirida en entrar y salir. El caso es que ya estoy en el cuerpo de Alain;... aunque estoy tan agotado, que me quedo dormido, sin haber podido comprobar, si me he acoplado con éxito.

Cuando despierto, una duda me asalta inmediatamente. ¿Estaré loco? A continuación, intento abrir los ojos, pero no puedo; intento mover un dedo, y tampoco. Empiezo a desesperarme, y a pensar que tal vez Alain esté dentro también, y sea él, quien controla su cuerpo. No me convence, esta idea, y pienso que tal vez no puedo moverme, debido a los calmantes, que posiblemente le suministren. Al cabo de un rato de insoportables dudas; mis esfuerzos obtienen unos leves, aunque maravillosos resultados. Con gran dificultad, puedo por fin abrir los ojos; y poco después mover levemente los dedos, e incluso los brazos. ¡Y no hay ni rastro de Alain! Estoy casi llorando de alegría, cuando una enfermera, me trae el desayuno, del que doy cuenta en un santiamén. Al terminar, aparece un doctor, que debe estar haciendo la ronda, y me pregunta cómo me encuentro. Le respondo que bien; y decido volver a poner en acción el truco de la amnesia. Así que le sorprendo con las preguntas: ¿donde estoy?, ¿que estoy haciendo aquí? Con aplomo profesional, me responde que estoy en una clínica, porque estoy enfermo.

¿Enfermo?; ¿qué enfermedad tengo? Yo me encuentro bien,... aunque no recuerdo cómo he llegado aquí, ni cuanto tiempo hace que estoy aquí.

Noto que la anterior indiferencia del doctor, se transforma en curiosidad, pese a sus esfuerzos por no aparentarlo. Cuando se marcha, sé que he logrado llamar su atención. Ahora deberé demostrar que estoy curado, para que me deje volver con Carmen. Como que, de Alain no conozco nada más que su aspecto público, decido tirar adelante con la "amnesia". También decido aceptar estoicamente cualquier cosa que me digan o hagan, sin rebelarme demasiado. Debo convencerles de que ya no estoy esquizofrénico,... o tal vez si. Al cabo de unas horas, me llevan a un despacho, donde el doctor que me ha visitado antes, me somete a unos test. Los resultados parecen sorprenderle. Decido aprovechar su sorpresa, para preguntarle:

¿Cuando podré volver a mi casa, con mi mujer y mi hijo?

Aún es pronto. Tendremos que hacerle algunas pruebas más, y esperar unos días. Pero es posible que pueda  irse a casa en poco tiempo.

¿Pueden ellos venir a visitarme?

¿Quiere verlos? Yo aparento sorpresa, y le contesto:

Claro que quiero ver a mi mujer y a mi hijo. ¿Por qué me hace esa pregunta?

Bien, veremos que se puede hacer.

La situación mejora enseguida. Dejan de administrarme calmantes, y gozo de libertad absoluta; aunque noto que soy objeto de observación por parte de todo el personal sanitario del centro. Al día siguiente, tengo una entrevista con otro doctor, que también me somete a varios test. No parece darle mucha importancia a mi amnesia parcial. También me hacen un electroencefalograma, y varios escáneres. Por la tarde recibo la visita de Carmen. ¡Qué hermosa está! A duras penas puedo contener el deseo de echarme sobre ella y llenarla de besos, pero prudentemente, sólo le doy un beso en la mejilla.

¿Cómo estás?, ¿y Jaime?, ¿porqué no lo has traído?

Yo estoy bien; responde con cierta frialdad; y Jaime también. No lo he traído  porque con este tiempo no es conveniente sacarlo mucho de casa. El doctor López dice que estás mucho mejor; aunque padeces una ligera amnesia.

Bueno, la verdad es que no sé como estaba antes, ni porqué estoy aquí; pero me encuentro bien, salvo que recuerdo pocas cosas de "antes”. Tengo ganas de volver a casa y  llevar una vida normal. ¿Te apetece dar una vuelta por el jardín?

Apenas traspasado el umbral de la puerta, tomo a Carmen de la mano. El gesto le pilla por sorpresa, e incluso le provoca un pequeño sobresalto. No puede evitar estar tensa pese a su aparente calma. Es evidente que sus relaciones con Alain no eran buenas; al menos, lo buenas que deben ser las relaciones entre marido y mujer. Hablamos sobre trivialidades, mientras ardo en deseos de explicarle quien soy.  A duras penas puedo contenerme; y debo hacerlo, pues mientras permanezca en la clínica, cualquier desliz podría significar prolongar mi estancia, y complicar mi situación. Así que, pese a mis ansias, consigo no explicarle nada de la situación. Lo que me es imposible mantener, es la frialdad en mis miradas, y Carmen se da cuenta. Está perpleja. Es imposible que Alain la mirara con tanto amor,... y deseo. Al despedirnos decido arriesgar un poco más. Ella me ofrece la mejilla, y yo con un movimiento que le pilla por sorpresa, la beso en los labios. Carmen se suelta bruscamente, y sus ojos me traspasan con una mirada cargada de rabia. Y a mi me llena de alegría; pues me acaba de convencer de que no ama a Alain; y aumenta para mi, en grado sumo, la posibilidad de empezar una nueva vida. Unos pocos días más tarde (que para mi se convierten en una eternidad), el doctor López me da la noticia, de que por fin podré abandonar la clínica. Al día siguiente a media mañana, mientras paseo por el jardín para calmar los nervios, con el corazón a punto de estallar, se me acerca una enfermera, que me comunica que mi señora está esperándome, para llevarme a casa; y me felicita por mi recuperación. Le doy las gracias, y salgo disparado al encuentro de Carmen. Carmen está esperándome (esperando a su marido, Alain Rochard) en el despacho del director. Yo aún no he encontrado la forma de decirle, que aunque esté metido en su cuerpo, en realidad soy Antonio Riera. Aquel a quien amó, y que la amó tanto; el padre de su hijo; ... un muerto que vuelve a la vida, quizás demasiado tarde, para empezar de nuevo. Con el corazón encogido, me dirijo a su encuentro; me detengo un momento frente a la puerta; la abro y entro. Ella se levanta de la silla, está hermosísima; más aún de como la recordaba. Su expresión no muestra la satisfacción, que sería de esperar, por la "milagrosa" desaparición de la esquizofrenia de su marido. Se acerca hacia mí, y me besa formal y fríamente.

Hola Alain; ya podemos ir a casa. El doctor me ha dicho que durante un tiempo deberás venir una vez al mes para hacerte pruebas; pero que no parece que tengamos que preocuparnos por nada; puedes hacer una vida normal.

Si Carmen, vámonos a casa. Tenemos que recuperar el tiempo perdido.

Abandonamos el hospital. Carmen está algo nerviosa y tensa. Subimos en su coche, y me lleva a su casa (aunque la expresión correcta sea, nuestra casa). Durante el trayecto apenas nos dirigimos la palabra; y yo sigo dándole vueltas a la cabeza, para encontrar la forma de decirle quién soy.

¿Cómo está nuestro hijo? La pregunta parece sorprender a Carmen.

Jaime está bien; gracias. Ya estamos llegando a casa.

El personal del servicio doméstico, acuden a saludarme, felicitándome por la recuperación. Después de agradecerles su interés, vuelven a sus quehaceres, y nos quedamos solos de nuevo.

¿Querrás reanudar tus actividades inmediatamente, o prefieres ir haciéndolo poco a poco?

¿Como te va sin mi?, ¿funcionan bien nuestros negocios?

Si; están en buenas manos. No he puesto a nadie al frente de todos; pero cada uno tiene un director de confianza.

Bueno, en tal caso, no tengo porqué darme prisa en regresar. ¿Qué te parece si subimos al dormitorio, y empezamos a recuperar el tiempo?

La sorpresa aparece de nuevo en su cara; pero al instante se recupera.

Tal vez se te ha olvidado nuestro trato; pero sigue en pie.

¿Qué trato?

Bien, ya que pareces haberlo olvidado, tendré que refrescarte la memoria. Cuando decidimos no divorciarnos, acordamos que, aunque seguiríamos viviendo bajo el mismo techo, como un matrimonio normal, aquí terminaba nuestra vida en común; tendríamos dormitorios separados. Cada cual era libre de hacer con respecto a su vida lo que le apeteciera. La única condición era la discreción. ¿De acuerdo?

Está bien, pero  creo que ya va siendo hora de hacer algunos cambios. ¿Que te parece si para empezar, volvemos a pasar unos días de vacaciones en Londres, esta vez con nuestro hijo?

Mira; te agradezco que cuando hables de Jaime, lo hagas como "nuestro" hijo. Es un cambio por tu parte que te agradezco; pero yo no estoy dispuesta a aceptar, lo que tú pretendes. Además te diré, ya que tu amnesia te ha hecho olvidar muchas cosas, que tú y yo no hemos estado nunca juntos de vacaciones en Londres; por lo que difícilmente podríamos "volver" a pasar unos días allí.

¿No pasamos unos días allí? Reconozco que mi memoria me traiciona a veces, pero juraría que en esta ocasión, eres tú quien se equivoca. Recuerdo perfectamente, que tú ya estabas en Londres cuando yo llegué. Viniste a recogerme al aeropuerto, y volvimos en taxi al hotel, donde llevabas un tiempo alojada. ¡Ah, por cierto!; te desilusionó el poco equipaje que yo llevaba; pensaste que iba a marcharme enseguida.

La serenidad de Carmen se transforma en sorpresa; puedo adivinar el conflicto que le he ocasionado con la declaración. No entiende como Alain puede describirle su encuentro con Antonio. Antes de que pueda decir nada, sigo con la narración.

Recuerdo perfectamente, que nos sirvieron la cena en la habitación, pero antes de cenar hicimos el amor. Por cierto, tenías más pecho entonces; claro que es lógico, ya que estabas de ocho meses.

¿Cómo sabes eso? Eso no fue contigo; fue con Antonio. ¿Nos mandaste espiar?

Carmen está fuera de sí.

Tranquilízate, cariño. Tal vez te guste lo que vas a descubrir, o tal vez no; pero te aseguro que no va a hacerte ningún daño, ni a ti ni a nuestro hijo. En cualquier caso tu situación no va a ser peor que la de tener un marido  para guardar las formas, aunque lo que más deseo en el mundo es que vuelvas a quererme como antes.

Mira Alain;  deja de una vez esta actitud estúpida. Sabes de sobra que nunca nos hemos amado; y dime de una vez por todas como sabes lo de Londres.

Está bien, como que aún no comprendes, tendré que recordar algo que hicimos que no pudiera ser espiado.

¡Eureka!; ya lo tengo. Carmen siéntate por favor.

Ella me obedece perpleja.

Voy a demostrarte, por segunda vez en mi vida, que puedo hacer viajes astrales. La primera vez escribiste "ESTAS LOCO PERO ME GUSTAS". ¿Te gusto también con mi nuevo cuerpo?

Ella se ha quedado muda, pero en sus ojos veo que ha comprendido la situación, aunque se le hace difícil creerla.

Si cariño, es cierto, soy Antonio. Pidiéndote empezar de nuevo, aquello que mi muerte interrumpió,....si es que aún me quieres.

Sus ojos se llenan de lágrimas, y yo la abrazo.

Dios mío, es increíble. Yo te creía muerto. ¿Dónde has estado todo este tiempo?; ¿que has estado haciendo?; ¿porque no me has dicho nada hasta ahora?

Es una larga historia que te contaré, te lo prometo. Pero antes contéstame tú. ¿Me quieres todavía?; y si la respuesta es que si; ¿podrás quererme aunque esté en este cuerpo?

Carmen permanece en silencio unos segundos, que se hacen interminables. Al fin llega su respuesta. Me la envían sus ojos, un momento antes de abrazarme, y sellar mis labios con un beso.

Y éste es el final amable lector. Aunque en realidad, para Carmen y para mí es un nuevo comienzo. Pero eso,... ya es otra historia.

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